Esta mañana estaba tomando un cortado antes de ir al
portal de la Consejera aragonesa de Educación, cuando vi, dos mesas más allá, a
Gurb, mi amigo extraterrestre, que
saboreaba una tapa de berenjena rellena a tan tempranas horas de la mañana. En
un rincón del bar, mirándonos desde las alturas, unos cuantos tertulianos se
solazaban en una lluvia ácida de tópicos sobre Syriza.
“No entiendo nada”, me dijo Gurb, “se os está incendiando la casa y continuáis hablando
únicamente de lo mismo que lleváis hablando desde hace siglos”. Y mientras se limpiaba la boca con una servilleta
de papel sin dejar de masticar a dos carrillos, Gurb me recordó por enésima vez
lo que tantas veces ya me había repetido en otras ocasiones: asesinan a doce en
USA o en Francia y los gobernantes mandan poner las banderas a media asta,
además de dedicar buena parte de las noticias al hecho, pero cada dos segundos
muere un niño de hambre en nuestro planeta y lo más que hacemos es comprar un
cupón de la ONCE, a ver si por fin podemos renovar la cocina o comprarnos un televisor
en 3D. “No entiendo nada, de verdad”,
remachó Gurb después de pedir otra caña.
Gurb
es algo pesado, siempre está hablando de lo mismo, pero también hay que
comprenderlo: es un extraterrestre, un lúcido e ingenuo extraterrestre. Hoy me ha
estado contando en esa cafetería de Puerta Cinegia que un planeta donde vive
una minoría acomodada preocupada por la hipercolesterolemia y malvive una
mayoría amenazada por la anemia aguda y por la muerte de hambre, no deja de ser
una monstruosidad. Gurb tampoco entiende
que en 2016 el 1 % de la población mundial tendrá más dinero que el 99%
restante. “En cierto modo, yo también soy
Charlie”, me aclaró, “pero hoy y
mañana y cada día 35.000 niños mueren y seguirán muriendo de hambre, y cada 24
horas 70.000 seres humanos van al hoyo por no comer, sin que el hecho merezca
un solo segundo de los telediarios”.
Y
Gurb siguió hablando de que resulta condenable que muchos niños franceses no pudieran
ir a sus colegios por orden de sus gobernantes, a raíz de los recientes atentados
de París, pero es una aberración que sistemáticamente escondan debajo de la
alfombra que 130 millones de niños de los países no-desarrollados-y-muy-esquilmados
no tengan escuela y el “consejo publicitario” infantil predominante que dan en
la tele es que vayan a un McDonald’s, pues si piden un hiperMac les regalan un
muñeco de plástico la mar de mono de la última peli de Disney.
Gurb
me mostró un periódico manchado de berenjena rellena y leyó: “En el 2014, las 85 personas más ricas del planeta poseían
la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad. Y además, esa élite
vio como aumentaba su patrimonio entre marzo del 2013 y marzo del 2014 en 688
millones de dólares diarios (541 millones de euros) y, en términos relativos,
el 14%”. Y continuó
leyendo: “Si Bill
Gates, uno de los hombres más ricos del mundo, se gastara un millón de dólares
(780.000 euros) al día necesitaría 218 años para acabar con su fortuna. Pero,
en realidad, nunca se quedaría sin dinero: incluso con un rendimiento modesto
por su fortuna del 2% ganaría 4,2 millones de dólares (unos 3,3 millones de
euros) al día solo en intereses”.
“Qué
suerte tienen”, concluyó Gurb, sin dejar de mirar la tele del bar, “ahora les ha salido lo del grave peligro para
la democracia occidental de Syriza y Podemos”. Y con una socarrona sonrisa,
me lanzó la última pregunta: “Por cierto,
¿sabes algo de aquel asunto del ántrax, de la Gripe A, de las graves secuelas
para la salud por utilizar bombas con uranio empobrecido o de el campo de
Guantánamo?”.
Y
mi amigo Gurb, el extraterrestre, desapareció. Como siempre, fue Eduardo Mendoza quien se hizo cargo de la cuenta.
Esta
mañana hacía un frío cortante en la calle Alfonso I de Zaragoza. Me ha
acompañado durante un buen rato Beethoven y su Novena, hasta que ha venido Adri án (¡qué alegría volver a
verlo!) y después Carlos e Israel.
Hasta
el próximo día
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