Foto: jabaeyens
PUBLICADO EN EL HUFFINGTON POST
Érase una vez
un lobito bueno
al que
maltrataban
todos los
corderos.
Pocos poemas han resultado ser tan conocidos por todos
los públicos como Érase una vez, de José Agustín Goytisolo, principalmente en
su versión cantada por Paco Ibáñez, donde figuras supuestamente infantiles de
signo opuesto pretenden expresar “un mundo al revés”. A propósito de corderos, Ernesto
Sábato escribe,
a modo de memorias, en su libro “Antes del fin” que las presuntas bondades del
neoliberalismo y de la libertad de mercado se le antojan un falaz oxímoron,
pues el mundo le parece poblado de lobos y de corderos, y aunque haya corderos
que proponen a los lobos que se hagan vegetarianos, la idea neoliberal de
libertad tiene como axioma fundamental: “libertad para todos, y que los lobos
se coman a los corderos”. Pues bien, estos días ha hecho aparición otro
oxímoron de carne y hueso que tiene muy mala sombra: el maestro que, lejos de
formar y educar, destruye lo más valioso de su alumnado.
Y había también
un príncipe
malo,
una bruja
hermosa
y un pirata
honrado.
Érase una vez que se era en la ciudad de Zaragoza un
profesor de Educación en la Facultad de Ciencias Humanas y de Educación -
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Empezó hace unas semanas el curso
universitario, comenzaron las clases, especialmente nervioso y expectante estaba
el alumnado de Primer Curso de Grado, y todo transcurría con normalidad, hasta
que tocó el turno a la asignatura Contextos Diversos. Entró el profesor en el
aula, echó una ojeada panorámica a su auditorio, e indicó ipso facto a una
alumna, de nombre Soraya, que saliera del aula, expulsada por vestir hiyab, o
velo islámico que suele cubrir la cabeza y el pecho de las mujeres musulmanas
desde su pubertad. Ahí y así comenzó a enseñar aquel profesor lo que en ningún
caso debería ser enseñado en un aula: los propios prejuicios individuales y los
fantasmas interiores. Puede leerse en una Breve presentación de la asignatura
que su horizonte común es “favorecer el éxito de los escolares”, teniendo en
cuenta también “las condiciones derivadas de la heterogeneidad de la población”
y “la heterogeneidad de los alumnos en el momento actual”. En resumidas
cuentas, ¿no querías caldo? Pues bien, toma dos tazas: expulsada por llevar hiyab.
Todas estas
cosas
había una vez.
Cuando yo
soñaba
un mundo al
revés.
Soraya expuso los hechos al decano de la Facultad, y la
noticia corrió como la pólvora por el campus y los medios de comunicación. A la
siguiente clase de Contextos Diversos, un jueves, la expectación era enorme.
Soraya, acompañada también de algunas autoridades
de la Facultad, la Universidad y Asociaciones de alumnos, que se
quedaron en el pasillo, se preguntaría, sentada ya en el aula, si amanecería despejado
o con fuerte chaparrón. A los 20 minutos de clase, el supuesto profesor espetó
a Soraya, delante de todos sus compañeros de aula: “Me obligan a
tenerte en clase, pero no eres bienvenida”. Primero, un alumno, puesto en pie,
afeó la actitud y la conducta de su profesor; a renglón seguido, todos los
alumnos y alumnas fueron abandonando el aula.
La suerte estaba echada y el daño estaba
hecho. Cualquier explicación o justificación del profesor ya sería en balde, y
las paredes de aquella Facultad de ¡Educación!, de ¡Ciencias Sociales y
Humanas! quedaban teñidas de indignación y vergüenza. Posteriormente, se produjeron
conversaciones separadas entre las partes (Soraya, autoridades académicas, profesor
y alumnado), pero el desencuentro ha ido aún a mayores, y el profesor mismo se
negó a impartir clase y abandonó la Facultad, cuando a la clase siguiente vio
al propio vicerrector como asistente en el aula. La educación (en sus múltiples
sentidos) había quedado destruida a manos de un presunto educador usando la
razón de la prepotencia. ¿Para cuándo una apertura de expediente y una probable
suspensión fulminante de empleo y sueldo en el caso de lesión pública y grave
de derechos humanos fundamentales, especialmente en un aula educativa dentro de
una Facultad de Educación? ¿Espera alguna autoridad de la Administración
Pública que con diálogo los lobos se vuelvan vegetarianos?
“Si una serpiente empieza a comerse su cola y
acaba comiéndose absolutamente todo su cuerpo, ¿Dónde estaría la serpiente, si
está dentro de su estómago, que a su vez está dentro de ella?”
Crece la exigencia, sobre todo en algunos sectores
de corte conservador, de un mayor reconocimiento
público de la figura del profesor y un reforzamiento de su autoridad. Por autoridad suelen entender ante todo la potestad
para imponer el orden y la disciplina, y
para sancionar a los alumnos problemáticos. Confunden así la auténtica
autoridad con un elenco institucional de automatismos sancionadores o
impositivos. Sin embargo, la palabra autoridad proviene de los términos
latinos auctor y augere (hacer crecer o aumentar). El auctor, quien tiene autoridad, es, pues, fuente u origen de algo, y
está relacionado con engendrar, dar vida, hacer que alguien o algo se
desarrolle. Según esto, la autoridad no proviene propiamente de fuera, sino que
se ejerce y va haciéndose dinámica y constantemente en la medida en que alguien
crece y se desarrolla.
La verdadera autoridad no se impone, sino
que se reconoce. La auténtica autoridad del profesorado debería ser moral, más
que académica y funcionarial. Es en la persona misma de quien tiene autoridad
donde residen la dignidad, la valía para que se acepte y se reconozca en ella
libremente esa autoridad.
“¡Si queréis subir a lo alto emplead vuestras propias piernas! ¡No dejéis
que os lleven hasta arriba, no os
sentéis sobre espaldas y cabezas de otros!”
La
educación debe buscar formar y desarrollar personas libres,
iguales, críticas, autónomas, solidarias, cultas y bien formadas
profesionalmente, lo cual conlleva fomentar su libertad,
identidad y responsabilidad. Lleven o no lleven hiyab.
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