Finalizaba agosto y don Mariano acababa de estrenar
su nombramiento como Caballero de la Real Orden Serenísima de
la Alquitara. Visitó después Santiago de Compostela, antes de
regresar a su Moncloa, cuando le dio un arrebato y sintió la necesidad de
criticar a Tsipras y al Gobierno heleno, resueltos a llevar a cabo unas
elecciones anticipadas. Y entonces Mariano Rajoy dijo a sus discípulos: "Lo único serio
al final en la vida es ser serio". En resumidas
cuentas, una perla más en su elenco de tautologías y frases para la posteridad.
Supongamos que don Mariano, el Serio, hubiese dicho: “Lo único divertido al final en la vida es ser divertido” o “lo único aburrido al final en la vida es
ser aburrido”: tendría el mismo sentido o sinsentido que “un plato es un plato y un vaso es un vaso,
es que lo dicen los tratados europeos y es muy importante que todos respetemos
la ley porque, si no, no hay manera de funcionar".
Aquella misma tarde, me enviaron un correo
electrónico con frases atribuidas a Les Luthiers. Me llamó la atención sobre el
resto una que dice “No te tomes la vida
en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella”, lo cual no deja de
tener razón y además está impregnada de humor, algo de lo que carece don
Mariano.
Al final de la vida, hay nada, pues, de lo
contrario, aún se estaría vivo. Nada de nada, de tal modo que no se puede ser ni
serio ni divertido ni honrado ni libidinoso ni asceta ni nada de nada. Al
final, en la (aún) vida, existe un último átomo de luz y lucidez, gracias al que
sabemos con certeza que lo único que ha merecido la pena es cuánto y cuántos
nos han querido, cuánto y a cuántos hemos querido. Durante esa millonésima de
segundo pre-final, sería solo una fofa boutade
ser serios, don Mariano, con la ventaja, eso sí, de que no tendremos la
oportunidad de comprobar cuántos y quiénes se alegran o se duelen de vernos
muertos.
Y esa mirada última nos permitirá
contemplar también hasta qué punto, a pesar de todos los pesares, hemos
intentado ser coherentes con lo que hemos querido y debido. Más aún, como estoy
convencido de que la felicidad no es una meta, sino la consecuencia de lo que
hemos hecho con y de la vida en el transcurso de nuestra existencia, en esa
millonésima de segundo podré decirme con una sonrisa invisible que todo ha
merecido la pena.
Y como tampoco he podido y querido
prescindir nunca de todos mis compañeros y compañeras de camino para llegar a
ser lo que quiero y lo que debo, me sentiré igualmente durante esa millonésima
de segundo muy afortunado de haberles tenido y encontrado, de haber agradecido
cada segundo de mi vida el regalo cotidiano de su compañía hacia los mismos
horizontes, y de toda nuestra fuerza/debilidad compartida.
En esa millonésima de segundo sabré
que me ha sido posible avanzar un poco cada día en el descubrimiento de los
limites de lo posible, con la esperanza de poder traspasarlos, en dirección
hacia lo supuestamente imposible, hacia lo óptimo, hacia la utopía. ¡Gracias a
la vida, que me ha dado tanto!
No
se trata de ensoñaciones ni de palabras y frases vacías, pues vivir es
convivir, luchar por algo valioso con otros, compartir el sol, el agua, el pan
y el aire, agradecer la palabra y el silencio, extasiarse con la caricia,
residir en la mente y en el corazón ajeno, recitar poemas que alivian la
fiebre, contar cuentos de final feliz, y sonreír en la fiesta, el placer y la
alegría, también en el dolor, el espanto y la zozobra.
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