La
noticia asocia el experimento de Pávlov con
otro que estaba realizando el Laboratorio de Biología Marina de Woods Hole, en
Massachusetts (EE UU), pero usando siluros (Centropristis striata). Me limito a
trascribir literalmente un párrafo de la noticia aparecida en El País:
“La base del proyecto es similar a la que usó el
ruso a finales del XIX: a 5.000 alevines (de siluro) se les entrena para que
acudan a un lugar cuando suena un sonido, con la recompensa de un apetitoso
bocado. Luego, los siluros se sueltan al mar, y se espera a que crezcan. Cuando
pase el tiempo suficiente se repite el tono o sonido. Y los animales,
obedeciendo al reflejo condicionado, acuden hacia la jaula o la red que servirá
para pescarlos. Filetes de siluro para todos”.
Tengo la
impresión de que nos tratan y nos comportamos como esos siluros, condicionados
por tantos factores desde alevines. A través de los medios de comunicación, en
la calle, en casa, en el cole, la escuela, el Instituto, la Universidad… hasta hoy
hacen lo posible y lo imposible para que nuestras conductas, nuestras pautas
mentales, pautas actitudinales y pautas de comportamiento social estén
condicionadas por los “sonidos” de la “protección” contra “la inseguridad y el
miedo”, y a favor de acaparar cachivaches como símbolo de triunfo social, tener
un puesto y un papel social que tenga a otras personas por debajo, el conducir
nuestros pasos al son aquietante de la mayoría, la “diversión” frente
al-pensar, del premio de las vacaciones, las compras, la valoración social a
través del aparentar, el temor al “qué dirán”…
Pienso sobre todo en la escuela, en
los primeros años de crecimiento personal, en cada familia, en los primeros
“troquelados” de nuestra personalidad… la educación… el período crítico en que
cada persona intenta cobrar su propia identidad, sus propios valores, su propia
senda. La educación, sí, la educación… (no solo en la escuela)… No solo cuando
somos alevines. Siempre… Siempre…
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