¿Escéptico? He de reconocer
que “escéptico” suele tener un significado peyorativo. Así, por ejemplo, el
Diccionario de la RAE define escepticismo como “doctrina filosófica que consiste en afirmar que la verdad no existe, o
que el hombre es incapaz de conocerla, caso que exista. Incredulidad o duda
acerca de la verdad o eficacia de alguna cosa”. Sin embargo, si nos
atenemos a su etimología (del griego skeptein), “escepticismo” significa
originariamente “examinar algo con sumo cuidado”, “mirarlo con atención”. Según
esto, el “escéptico” no es un incrédulo o un indeciso, sino alguien que procura
ir con pies de plomo, sopesar cada detalle y andarse con mucha cautela antes de
pronunciarse sobre algo o tomar alguna decisión. En otras palabras, en la raíz
misma del escepticismo hallamos mucha prudencia y mesura ante la verdad y la
vida, pero no una actitud de indiferencia o desprecio hacia las mismas.
La visión del mundo del escéptico no es plana, sino
sumamente compleja. No pretende encasillar la realidad en unos cuantos esquemas
e ideas, sino contemplarla desde todos sus ángulos y perspectivas posibles. De
ahí que me vea hoy tan escéptico: soy incapaz de decantarme por alguna posición
frente al resto, ya que cuando contemplo una opción política determinada, salta
de inmediato por los aires, pues me resulta inconciliable con el principio de
identidad (A = A) y el principio de no-contradicción (Imposible que A sea A y
no-A al mismo tiempo).
El mundo es para el escéptico un inmenso poliedro y
la actitud más honesta consiste en contemplar con neutralidad cada una de sus caras.
Hoy para mí Españistán es un enorme poliedro, del que me resulta imposible
contemplar todas sus caras y del que no me gusta plenamente ninguna de sus
caras.
El seguidor de una ideología o un movimiento o una
iglesia tiende a defender a ultranza sus propios principios frente a los de las
demás. Corre entonces el peligro de ser tan poco crítico con sus propias
verdades como dogmáticamente intolerante con las contrarias. Españistán está
lleno de intolerantes, fanáticos y dogmáticos. El escéptico, en cambio, es
partidario siempre de la tolerancia. Sabe que muchos conflictos, inquietudes y
desequilibrios -exteriores y/o interiores- han sido producto de la ignorancia
de las posiciones del adversario o simplemente de la incomprensión de las
mismas. El escéptico propone informarse de todas ellas, ver los aspectos
positivos de cada una, no desde la intransigencia, sino desde la convicción de
que quizá la verdad resida en la suma de todas o muchas de las caras del
poliedro.
Ante el devenir incesante de las cosas, ante la
pugna sin cuartel entre las ideas que reivindican para sí solas la posesión de
supuestas verdades absolutas y permanentes, el escéptico opta por contemplar
tranquilamente el inagotable poliedro del mundo, sin pretender encerrarlo en el
corsé de un determinado sistema fijo de verdades absolutas. Sabe muy bien que
-de haber un asidero donde reposar su ánimo- éste se halla en su interior.
Por eso me veo cada día más escéptico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.