Publicado en ATTAC Mallorca el 27 de septiembre
Publicado en ATTAC España el 29 de septiembre
Desde hace unas semanas, los nacionalismos ibéricos andan especialmente
enfrentados y enconados. Por ejemplo, el 11 de septiembre pasado, con motivo de
la celebración de la Díada catalana, hubo una gran manifestación popular en
Barcelona, aunque quedan también pendientes las elecciones vascas el 21-O. Sin
embargo, desde hace siglos el nacionalismo dominante ha sido el “español”, que
dice hundir sus raíces en Leovigildo, Pelayo, el Capitán Trueno, los Reyes
Católicos e incluso la bendición misma del único dios verdadero.
El nacionalismo hispano llegó a su cénit con la dictadura del “Caudillo
de España por la Gracia de Dios”, que reprimió fieramente cualquier asomo de
otro nacionalismo, prohibió sus lenguas, enseñas y tradiciones, y encauzó todo
lo hispánicamente correcto bajo el sacro palio del Frente de Juventudes, la
Sección Femenina y el Movimiento Nacional, cuyos principios juró guardar y
hacer guardar el actual Jefe del Estado español, continuador además de la saga
de los Borbones.
En el horizonte de España hemos visto durante mucho tiempo juntos y
enhiestos el toro de Osborne y el más apodíctico de los axiomas visigóticos: la
supremacía española, con una larga experiencia de transitar por el imperio
hacia dios, sobre lo luso, lo catalán, lo gallego, lo aragonés, lo vasco, lo
andaluz, lo extremeño y sobre todo lo que se le pusiera por delante.
No contento con ello, el nacionalismo hispánico combatió, reconquistó y
expulsó a judíos y a sarracenos, a protestantes y humanistas, a disidentes, en
fin, en general, así como también reprimió, exilió, prohibió, quemó, encarceló
y asesinó a comunistas, socialistas, anarquistas, separatistas, masones y
republicanos díscolos en general. Asombrosamente, ese mismo nacionalismo
pretende persuadir ahora de que el himno, la bandera, y demás emblemas identitarios
son de todos. Sin embargo, muchos y muchas no lo ven ni lo sienten así, por
mucha hiperbandera que ponga Esperanza Aguirre en la madrileña plaza de Colón o
por mucho que suba el volumen de la megafonía del estadio cuando Satán consigue
que juegue una final de fútbol (con los Borbones delante) un equipo catalán
versus uno vasco.
No obstante, todo este asunto es asimismo, en cierto modo, una redomada tomadura
de pelo: desde los visigodos convertidos y los concilios de Toledo, pasando por
los Reyes Católicos, los Austrias y los Borbones, y llegando hasta nuestros
días, una buena parte del pueblo sigue pasando penuria y estrechez, carece de
trabajo, de vivienda digna, y contempla como la clase acomodada y alta vive
cada vez mejor, mientras la clase trabajadora es cíclica y sistemáticamente
acosada en su bienestar y sus derechos conseguidos en muchos años de lucha.
Los braceros andaluces y extremeños siguen pidiendo tierra y trabajo,
ocupando y revindicando que se hagan realidad sus derechos más primarios. Los
obreros catalanes, valencianos, castellanos, cántabros, vascos o aragoneses ven
cercenado su derecho al trabajo digno. La ciudadanía ibérica en general se
pregunta si los hijos de sus hijos sabrán aún qué es eso del derecho a la
educación universal, pública, laica y gratuita, a la sanidad pública y
universal de calidad, a la jubilación digna, a la jornada laboral de cinco
días…
Cuando en la península ibérica y el mundo entero se luchaba hace unas
décadas por la justicia, la libertad, el bienestar y la paz, el adversario era
la dictadura y la clase dominante que explotaba a la clase trabajadora.
Cantábamos La Internacional donde
decíamos (dejémoslo en francés para evitar herir susceptibilidades), a demain, l’Internationale sera le genre
humain, les damnés de la terre, les forçats de la faim, le monde va changer de
base, le salut commun, le grand parti des travailleurs…
Ahora se vive mucho mejor en territorio ibérico y los medios de
comunicación, en buena parte en manos de la derecha, inoculan el miedo a perder
lo que se tiene o el deseo de mejorar sin compañías molestas. Si no
estuviésemos tan condicionados por la miopía y la presbicia, caeríamos en la
cuenta de que las grandes empresas financieras y de producción no conocen de
otra cosa que ganar a dinero, mucho dinero, a costa de todos los demás,
gallegos, vascos, aragoneses, canarios, catalanes, andaluces, castellanos y
todos los demás.
El derecho de autodeterminación y el derecho a decidir de un pueblo es
claro. Para cada persona es un derecho y una obligación decidir, pues, de lo
contrario, no subsistiría o se agostaría. De hecho, buena parte de los males
del mundo proviene de lo poco que se decide personalmente y lo mucho que
deciden otros por los demás.
Dicho, conviene también recordar un poema de Bertolt Brecht: "el
nacionalismo de los de arriba sirve a los de arriba. El nacionalismo de los de
abajo sirve también a los de arriba. El nacionalismo, cuando los pobres lo
llevan dentro, no mejora: es un absurdo total”.
A mi me parece que esto del nacionalismo lo promueven los partidos desde arriba interesadamente: los catalanes para extorsionar al estado español y el gobierno central, porque así tenemos otro tema del que hablar, nos mantiene despistados de otros temas más acuciantes, y, además, les conviene que el pueblo llano no esté unido (cuantos más elementos de separación, mejor).
ResponderEliminarPor otra parte, no entiendo el concepto de nacionalismo, pues todos y cada uno de nosotros hemos nacido donde hemos nacido por pura casualidad. Por eso la frase última que citas, Antonio, es a mi entender acertadísima.
Ana
Qué artículo tan lamentable. ¿Aún no ha aprendido que no hay nacionalismos buenos y nacionalismos malos?, ¿acaso cree que el nacionalismo español tiene caspa y los periféricos se lavan con l'Oreal? - Tenemos la derecha más casposa de Europa, pero la izquierda tiene una lacra: esta visión "romántica" de los nacionalismos periféricos, como si no ocultaran lo mismo que el central: exclusión, estrechez de miras y manipulación. La única diferencia entre éstos y aquél, es que el último es el que ganó la partida. Pobre de aquel que sale de un nacionalismo para caer en otro. Sea el que sea. - Por último: yo también tengo mi identidad, y no soy vasco ni catalán. ¿Quién no la tiene?
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