Hoy he dado un
lardo paseo por el magnífico Parque “J. A. Labordeta” de Zaragoza. He subido a
lo que popularmente se conoce como “El Cabezo”, donde desde unos miradores
puede contemplarse buenas vistas panorámicas de la ciudad, a la vez que
respirar aire limpio.
En el lateral
de uno de esos miradores alguien pintó en grandes caracteres negros “LIDIA. TE
QUIERO”. Las letras están ya algo desdibujadas, por lo que deduzco que la
declaración amorosa tiene algunos meses, si no años. Desde el primer momento me
puse a pensar en esa Lidia que no conozco, de la que no tengo dato alguno ni sé
qué habrá sido de ella. Fueron desfilando tranquilamente mil preguntas acerca
de la edad, la profesión, la nacionalidad, la biografía de cada uno de ellos…
Desconozco si quien (él o ella) pintó ese mensaje sigue enamorado/a de Lidia,
cuánto sufrieron, si el amor fue finalmente correspondido o ahora duerme en el
baúl de las historias marchitas.
Quiero,
necesito, regalar a Lidia y a mi desconocido escritor del mensaje de amor que
todo ha sido y sigue siendo hermoso. Aunque jamás se enteren una y otro del
regalo. Aunque, de hecho, todo haya sido un simple “preterible”, solo existe en
el limbo de las posibilidades pasadas y nunca hechas realidad.
El amor suele
ser misterioso, nunca termina de desvelar su identidad o descubrir por completo
su rostro. Muchos lo desean, algunos parecen adivinar sus destellos rojizos en
la línea del horizonte, recién amanecido en su corazón. Sin embargo, al amor le
gusta mucho ser esquivo, hurtarse a las miradas demasiado directas. Desde ese
misterio, quizá él-ella decidió escribir LIDIA, TE QUIERO.
Él-ella lo
escribió esperando que su deseo se hiciese realidad: que Lidia lo amase al día
siguiente del todo y volaran juntos y libres, se quisieran con locura
El escritor del
mensaje no pretendía poseer a Lidia, sino sólo quererla como es, respetar sus
pasos, impulsarla hacia su propio destino. Otros amores fagocitan el alma del
otro, enajenan su autonomía, intentan enquistarse en el núcleo de su libertad
como parásitos. Pero su amor, en cambio, renunciaba gustosamente a la posesión,
se alegraba de que Lidia fuese lo que era realmente, sólo lo que era y nada más
que lo que era
Al amor de
aquella persona escritora de LIDIA, TE QUIERO no le preocupaba el futuro, pues gustaba
de descansar plácidamente en cada instante, libar el néctar de cada caricia de su
amada, el aroma de cada palabra, el sabor de cada paso compartido, la acogedora
humedad de cada entrega. Y es que el amor de aquel escritor, posiblemente nocturno,
enamorado de Lidia tiene alma de niño y le gusta jugar a quererse. Sin reglas,
sin medida, sin vallas, sin previsiones.
Sabía que su
amor languidecería con el primer asomo de monotonía, que le sería imposible hacerlo sobrevivir si no
escuchaba segundo a segundo el latido alegre del corazón. Lejos de sentirse mediocre
o tibio, se sentía lleno de amor hasta los topes, pues de lo contrario su vida quedaría
colapsada de inmediato, sin aire y sin agua.
Cantaba y
cantaba. Canta y canta y sigue cantando.
LIDIA, TE
QUIERO.
LIDIA, TE
QUIERO.
LIDIA, TE
QUIERO.
LIDIA, TE
QUIERO.
LIDIA, TE
QUIERO.
LIDIA, TE
QUIERO.
LIDIA, TE
QUIERO.
LIDIA, TE
QUIERO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.