martes, 11 de septiembre de 2012

Sobre el manotazo regio

Editado en y por http://comunidades.lne.es/blogs/luis_arias_arguellesmeres/sobre_el_manotazo_regio-7203.html

Proclamamos una vez más la majestad de nuestra República, la inquebrantable voluntad de nuestro civismo y la permanencia de las glorias españolas cifradas en sus instituciones libremente dadas por la nación. (Azaña)


Llegará el día en que se hablará con asombro de un tiempo y un país en el que gran parte de la prensa libre y la izquierda de siglas adoptaron una actitud cortesana difícilmente comprensible en lo que se supone que es un Estado democrático. Llegará el día en que muchos se pregunten por qué se aceptó con tanta sumisión que el sucesor de Franco en la Jefatura del Estado se mantuviera en ella durante décadas sin el refuerzo no ya de un plebiscito, sino ni tan siquiera de un debate libre, sin que la forma de Gobierno fuese un asunto tabú. Llegará el día en que no resulte fácil entender por qué una supuesta democracia no reivindicó la memoria de quienes tuvieron que abandonar su país por razones políticas. Llegará el día -y creo que no está muy lejano- en el que la transición no sea un mito, y se perciba con nitidez y sin prejuicios que lo que se hizo tras la muerte de Franco fue una especie de repetición -mutatis mutandis- de la Restauración canovista, con su bipartidismo y caciquismo en lo político. Y que la izquierda de siglas aceptó ese juego. Llegará el día en el que resulte muy difícil explicar que los grandes partidos no se pronunciasen sobre determinados lances. Pongamos como ejemplo el reciente episodio que tuvo como protagonistas al Monarca y a su chófer, lance que viene produciendo hilaridad, pero que deja perplejos a quienes se preguntan qué es lo que está pasando en este país.
Imagine el lector por un momento que hubiese documentos gráficos que plasmasen que Rajoy o Rubalcaba se comportasen de esa guisa con su chófer. La catarata de declaraciones sería arrolladora, y los calificativos, inequívocos. Y, sin embargo, la España oficial, incluidos grandes partidos y sindicatos, no se pronuncia al respecto. Y, aun así, lo cierto es que hay constancia de lo sucedido en una ciudadanía, atónita y crispada, que ve que, en la España oficial, todo el mundo pierde, como poco, los nervios.
Más allá de los chascarrillos y del humor facilón, alguien debería preguntarse si es de recibo que se trate de ese modo a un ciudadano en el ejercicio de su trabajo. Y alguien debería preguntarse también la relación que aconteceres así pueden guardar con un desprestigio que, por méritos propios, va en aumento, tal y como lo atestiguaba una encuesta que publicó recientemente un diario nacional, muy monárquico, por cierto, cuyos resultados daban cuenta del aumento creciente de ciudadanos que, llegado el caso, se pronunciarían por la República. Y el referido aumento es muy grande en los últimos quince años, el período que, al decir de Ortega, marca el tiempo de mando de una generación.
Y, por otro lado, cabe pensar que los grandes partidos empiezan a ser conscientes de que la opción republicana podría ir mucho más allá de un cambio en la Jefatura del Estado, es decir, que implicaría, como ocurrió en su momento, una regeneración política de arriba abajo y de abajo arriba, que no les dejaría mucho margen a los dos partidos turnantes de esta segunda Restauración borbónica.
La desafección y el desapego ciudadanos abarcan hoy, como hace cien años, a lo que Ortega llamaría en 1914 «la España oficial», una España oficial con políticos cada vez más mediocres y con una Monarquía que no pasa precisamente por su mejor momento.
En un país como éste, donde los dos grandes partidos vienen demostrando de continuo que son parte importante del problema pero que están muy lejos de ser la solución, la Monarquía no es ajena a escandaleras mediáticas y al desprestigio. Y, se quiera o no, ya ha dejado de ser intocable.
Lo que queda es un largo camino para el debate. Y para la regeneración, que nunca saldrá de la podredumbre de un bipartidismo que tanto contribuyó a arruinar el país, tanto por sus corruptelas y abusivos privilegios como también por su ineficiencia y creciente mediocridad.
La pregunta retórica más importante del momento es si cabe creer que la Monarquía puede seguir intacta en tanto sus escuderos más fieles, esto es, los dos grandes partidos con sus respectivas impedimentas mediáticas, viven merecidamente las horas más bajas desde la transición a esta parte. Añádase a ello que hay comportamientos y lances que, por sí solos, son nocivos para la institución a la que se dice representar.

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