Publicado en El Periódico de Aragón
Según unos estudios recientes sobre la conducta alimentaría de macacos
rhesus publicados en la revista Nature, comer
menos no les alarga la vida, si bien el reportaje afirma igualmente que los
seres humanos que hacen una dieta adecuada en calidad y cantidad suelen vivir
más.
Tras leer el reportaje, quedó mi mente fijada en el significado concreto
de “vivir más”, que en principio tiene dos posibles sentidos básicos: vivir más
cantidad de tiempo o vivir con más intensidad, placer o equilibrio personal y
social (en el fondo, vivir mejor). Parece una cuestión baladí, pero no lo es en
absoluto.
Vivimos en una sociedad donde envejecer parece una desgracia y morir, la
maldición decisiva, por lo que no es raro ver a mucha gente empeñada en evitar
que la realidad se muestre como aparece ante el espejo y ante los ojos de los
demás, poniéndose encima toda suerte de artilugios, dietas y potingues para
mantener la ficción de que el tiempo transcurre sine die concediendo plazos y prórrogas.
Sin embargo, es un error suponer que la vida discurre como
si tuviésemos el zurrón repleto de meses y de años, porque así lo dicen las
estadísticas nacionales de esperanza de vida. Es una pena andar por la vida
medio echándola a perder, lamentándonos, tras terminar la jornada, de que no
acaba de gustarnos un pelo. Ciertamente, no podemos modificar ni una micra de
lo ya pasado ni vaticinar qué va a suceder y cómo nos va a ir dentro de media
hora. Las necrológicas de cada día o los informes de ingreso de los centros
hospitalarios podrían contar numerosas historias de personas que minutos antes
estaban nerviosas perdidas por llegar tarde a una cita o porque no les cerraran
la tienda donde querían comprar un pantalón que estaba rebajado. Entretanto,
van esfumándose los minutos, los días, las semanas y los meses como abalorios
que no merecen nuestra atención.
Creemos que el sentido final lo dan las metas, más o menos
lejanas, y que no nos queda otro remedio que sacrificar lo inmediato en aras de
las mismas. Buenas son las metas, buenos son los proyectos, con tal de que no
sirvan de coartada para echar a perder lo que realmente somos y tenemos: el tiempo
presente en cada instante, donde nos brindan su compañía un buen libro, una
música agradable, un beso cálido, una sonrisa amable, una conversación sincera
o una decisión responsable.
Tendemos a buscar miles de excusas, a echar la culpa a los
demás, pero lo cierto es que, para bien o para mal, estamos en nuestras propias
manos y nada ni nadie puede eximirnos de la obligación de decidir qué hacer con
nuestra vida. Cada día, cada instante es como la pantalla vacía de un ordenador
donde vamos escribiendo nuestra propia biografía, incluso nuestros propios
cuentos de ficción. Somos los autores de nosotros mismos y de nada sirve mandar
a hacer gárgaras a nuestra libertad, porque finalmente se nos volverá contra
nosotros mismos, pues optar por huir, dormitar o simplemente no hacer nada es otra
forma de decidir.
Vivir el instante nos permite vivir desde la cercanía, sin
hacer planes a largo plazo, sin inquietarnos por el mañana, mucho menos por el
pasado mañana, nos permite conjugar la vida en presente indicativo de la vida
misma. Todo cobra en el instante su propia densidad, su propia valía. Nos
pasamos la vida deseando lo que no tenemos y luchando por conseguirlo. De ahí
que a menudo corremos el riesgo de convertirla en una carrera de competición,
en la que quedamos sin resuello.
En cada momento es posible descansar en la
realidad más valiosa: los otros son el mayor de los tesoros. Conocemos a mucha
gente, nos encontramos diariamente con un montón de personas, pero no es una
cuestión de cantidad, sino de limpieza de mirada, pues de nada sirve estar en
una reunión, en un bar, en la calle, entre el gentío o tener la agenda llena de
nombres y contactos, si no nos detenemos a mirar realmente a esas personas,
también si no las miramos desde dentro de nosotros mismos, si no las invitamos
a tomar algo en nuestro patio interior.
Tener un ordenador de última generación o
montañas de folios en blanco no equivale a escribir un libro, pues para ello se
necesita previamente ideas que comunicar, sentimientos que transmitir y, sobre
todo, personas dispuestas a recibirlos. Siendo lamentablemente cierto que
pretenden esquilmarnos el estado de bienestar, no hemos de olvidar que el bienestar ha de manar principalmente
de dentro, de la propia mirada y del propio corazón, también de la mirada y del
corazón de los otros.
Cuando el sol apenas asome ya en el horizonte
de nuestra vida, nos daremos cuenta definitivamente de que lo más valioso reside
en cuánto hemos querido y cuánto nos han querido.
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