Publicado en El Periodico de Aragón
Publicado en ATTAC España el 1 de octubre
Publicado en ATTAC España el 1 de octubre
Éramos pocos y parió la abuela. A la película de un cristiano copto
norteamericano en la que se denigra al Islam y al profeta Mahoma, le ha sucedido en unos días un número de la revista
francesa Charlie Hebdo dedicado satíricamente a Mahoma. La reacción en
numerosos países islámicos no se ha hecho esperar, con el consiguiente asalto a
embajadas y empresas occidentales, manifestaciones multitudinarias e incluso la
muerte de algunas personas, entre ellas, el embajador estadounidense en Libia.
A veces, el ser humano parece no querer aprender y tropieza una y otra
vez en la misma piedra. En su libro Psicología
de masas del fascismo, Wilhelm Reich
explica como la gente, especialmente en situación de depresión económica o
social, compensa su frustración siguiendo visceralmente a un líder y a una
causa que otorga identidad dentro de un colectivo y contra un enemigo,
presentado como la fuente del mal y de sus males. La historia está repleta de
movimientos de masas en torno a un caudillo liberador que propugna una batalla
sin cuartel contra el adversario, siempre malvado. En ese caldo de cultivo, el
fascismo está servido.
También en el mundo islámico abundan las personas que responden a los
rasgos descritos por Reich y están dispuestas a reparar por cualquier medio lo
que consideran inaceptablemente sacrílego. Si su fe estuviese enraizada en su
verdadera identidad personal, ningún infiel tendría para ellas la capacidad de
dañar la imagen de su profeta, pues quedaría fuera del alcance de las palabras
y las acciones humanas. En tal caso, estaríamos hablando de pura y simple
religión. Sin embargo, cuando una religión conlleva, de hecho, la automática
reacción indignada de una turba, se corre el riesgo de quedar a merced de la
más alienante ideología religiosa.
La intransigencia se hace especialmente incisiva en una teocracia. Allí,
la razón y la libertad de conciencia no tienen cabida, pues se está a merced de
unos principios y unas máximas morales supuestamente venidos de lo alto,
destinados a un determinado pueblo elegido y en manos de una casta clerical que
rige con mano de hierro la vida y la sociedad. Un régimen teocrático reprime o
elimina al disidente, censura cuanto no se ajusta a los cánones oficiales y
rechaza la libertad de conciencia, quedando además anulados los grupos
considerados más débiles o impuros de la sociedad, principalmente las mujeres.
Nos hemos enterado con estupor de que, en medio de las protestas
existentes estos días en el mundo islámico, el Gobierno paquistaní declaraba al
pasado viernes "día especial del amor al profeta Mahoma”, equiparándose
así a los días más negros del nacionalcatolicismo hispano, en cuya cúspide
estaba Franco, “Caudillo de España
por la Gracia de Dios”, mientras las cárceles españolas estaban repletas de
ateos, masones, comunistas y librepensadores en general.
Llama la atención sobremanera que una caricatura de Mahoma o un libro
considerado vejatorio del Islam lleve a la calle violentamente a grandes
multitudes de creyentes musulmanes, pero que pocos de ellos se avengan a
reconocer y denunciar, por ejemplo, la situación de la mujer en la sociedad
donde viven, la concertación de casamientos de niñas desde su más tierna
infancia con el consiguiente sufrimiento que eso suele acarrear o su lapidación
en caso de adulterio, si bien todo eso les importe poco, de hecho, a las
grandes potencias occidentales y a sus intereses económicos y estratégicos.
Lo más desalentador de los países teocráticos islámicos no radica en sus
brotes de violencia, sino en la cerrazón mental e institucional a cualquier
planteamiento que contradiga al Corán o al código de conducta de la Sharia.
Desde el Humanismo y el Renacimiento, pasando por el racionalismo, la
Ilustración y el liberalismo y llegando al respeto a la razón, la ciencia, la
libertad de conciencia y a un
marco de convivencia laico, común a toda la ciudadanía, en algunas partes del
mundo cada vez hay menos cabida para postulados teocráticos, explícitos o
larvados, por mucho que protesten y pataleen las iglesias, antaño en abierta y
plena connivencia con el poder político y económico.
En el mundo islámico, en cambio, sus élites rebosan del dinero fácil
proveniente de su subsuelo, y el poder se halla muy cómodo conservando un
status quo que convierte al ciudadano en fervoroso creyente cuyo faro principal
es un libro que contiene la palabra “eterna e increada” de Alá revelada a
Mahoma en la lengua sagrada árabe mediante el ángel Gabriel y cuyo original está en el paraíso celestial de Alá.
Algunos clérigos musulmanes afincados en Europa muestran su desacuerdo
tanto con las caricaturas de Mahoma como también con la violencia habida en
muchos países islámicos, cuyos clérigos y dirigentes, sin embargo, no solo no
se oponen a tal violencia, sino que a menudo parecen alentarla. Lagarto,
lagarto…
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