jueves, 10 de abril de 2014

Diario de un perroflauta motorizado, 224


Día primaveral por los cuatro costados, incluso en el rincón jamás soleado por la mañana de la calle Alfonso donde se ubica el portal de la Consejera. Mi amiga Ana Cuevas, una mujer admirable, plena de fragilidad y fortaleza que nos ayuda a ser mejores a todas y todos cuant@s la conocemos, escribe este entrañable artículo sobre el perroflauta motorizado: Emilio Lledó,elperroflauta motorizado y el sentido crítico. ¡Gracias, Ana, amiga mía!
Marisol, Marga y el perroflauta motorizado han sentido la alegría de estar con mucha gente joven en el portal, much@s de ell@s provenientes de la riojana Calahorra.  



En pocos minutos la calle Alfonso se llena de centenares de hombres y mujeres de toda raza, edad y condición. Los hay colombianos, japoneses, libios, extremeños, israelíes, canadienses, iraníes, afganos, bosnios, sirios, alemanes, ibicencos, esquimales, ugandeses, taustanos y ejeanos (¡juntos!), argelinos, irlandeses, peruanos, serbios, chechenos, leperos, guiris, joteros, kurdos, de ultraderecha, de ultraizquierda, creyentes en Alá, en Yahvé, en la Virgen del Rocío, en el Juventus de Turín, en la Lotería Primitiva, en nada, en algo, homosexuales, heterosexuales, bisexuales, transexuales, asexuales, fóbicosexuales, adictosexuales, enanos, gigantes, chepudos, paralíticos, militares, monjas de clausura, disminuidos y discapacitados de todo tipo, con turbante, con cofia, con boina, con casco, con gorra deportiva, con cachirulo, calvos, con tupé, rubios, morenos, engolados, chorizos, gorrones, santos, héroes, artistas, canónigos, ciclistas, jardineros, y un sinfín más de hombres y mujeres pertenecientes a la extensa fauna y  flora humana...

Todo un alarde de etiquetar al prójimo a la velocidad del sonido”, comenta Juan de Mairena. “¡Ah, las etiquetas…”, replica en un suspiro el perroflauta motorizado…
En la escuela aprendemos también a llevar (¿sobrellevar?) las etiquetas. Etiquetas continuas y constantes: El más listo… El que mejor notas saca… El del montón… El torpe… El “pobrecillo, no da más de sí…” El malo… El zoquete... El desobediente… Hay muchas, muchas formas y vías de colocar a alguien una etiqueta. En principio, valen principalmente las que se formalizan públicamente.

En la escuela también se compite desde el primer momento. La competitividad raramente anima, y casi siempre desalienta, incluso humilla (sobre todo a los oficialmente/públicamente tenidos por mediocres y zoquetes). Hasta el triunfo académico personal ocurre en un marco de competitividad.  Una pizarra, dos compañeros haciendo divisiones a la vez (a ver quién gana, quién la acaba primero), una competición, un ganador, un perdedor… Un examen, un 9,95, dos 8,5, cuatro 7,6, siete 6,4, ocho 5 y el resto suspendidos. El profesorado pensará que lo hace muy bien solazándose en los sobresalientes y notables, a la vez que cree que no merece la pena mirar a los suspensos: son unos vagos, unos irresponsables, gente, en fin, que ni estudia ni le gusta estudiar (mejor estarían trabajando fuera o, al menos, no molestando dentro…).

(Ha llegado hasta nosotros un viento terrorista,
silencioso,
con pieles de cordero,
devastando los apriscos, las moradas, los graneros.
Mas no me importa...
Importas sólo tú...
Me tienes y te tengo:
desnudos, macilentos, imperfectos,
pero nuestros).


Hasta mañana

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