viernes, 7 de junio de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 5 (7 de junio, viernes)


Al poco tiempo de estar ante el domicilio de la Consejera de Educación, he pedido a dos chicos jóvenes que me ayudasen a pegar dos carteles sobre el muro que flanquea el portal. Después, el desfile de cada día de gente y gente.
No puedo evitar que me duela mucho por dentro cada  vez que se niegan a agarrar la octavilla que les ofrezco, mucho más si percibo hostilidad o cerrazón de mente manifestada. He pensado estos días mucho sobre eso. Mañana escribo expresamente sobre esas vivencias.
Se han acercado Maite (de Stop Desahucios), conocida de mil batallas, y Ana, geóloga con trabajo recién estrenado. Hemos hablado de muchas cosas, nos hemos animado mutuamente y nos hemos deseado todo lo bueno del mundo y de la vida.
Después, he saludado a Ana, de Marea Blanca, comprometida por la lucha por una sanidad pública de calidad. Entre otras cosas, hemos hablado mucho de Ana Cuevas, actualmente en huelga de hambre en el conflicto del personal de limpieza de los centros públicos de salud.
Y después, un compañero de filosofía, ya jubilado, que volvía de la FABZ, tras organizar alguna movida que otra.
Un hombre se ha encarado con furor en defensa de la  LOMCE o ley Wert. Otros sacudían la cabeza, denegando mi presencia y mi ofrecimiento. Pero ese es un riesgo que está incluido en mi presencia en una calle tan céntrica de Zaragoza.
A la vuelta, Sergio tocaba la guitarra y cantaba en esa misma calle entre la indiferencia general. Me he acercado a él y le he dicho que hace muchos años yo hice lo mismo que él en calles alemanas y pubs madrileños. Sergio es malagueño y está organizando un grupo de flamenco rock en Zaragoza. Nos hemos intercambiado direcciones de email y Facebook. Y le he dado el poco dinero que llevaba. Me he quedado con la calderilla.
Al cruzar la calle Coso, camino de la plaza de España, Sergio y Esmeralda me han saludado, pues habían aceptado una octavilla cuando pasaban por donde yo estaba antes en la calle Alfonso. Tienen tres hijos que viven  con una de las abuelas en Teruel. Ellos hacen muñecas muy rudimentarias, que venden a tres euros. Su vida es algo más que complicada. Me han vendido una muñeca a cambio de la calderilla que me quedaba.
Mañana quiero escribir sobre los rostros, las miradas, los ademanes de la gente de la calle Alfonso cuando leen los carteles y les ofrezco una octavilla.
Mi hija está en Huesca. Por la tarde viaja a Madrid. Mi hija es una verdadera maravilla para mí. Gracias a la vida que me ha dado tanto…

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