Ya está en marcha el curso escolar.
Salvo algunas deficiencias y anécdotas ocurridas en algunas localidades, todo
parece flotar sobre una balsa de aceite. Ni un problema, ni un conato de
rebelión abierta. Wert y su ley se han abierto paso entre balbuceos ajenos.
El
sistema educativo ha programado que todos y cada uno, como mínimo desde los
cuatro a los dieciséis años de su vida, curse obligatoriamente una serie de
materias y asignaturas. Todos han de ser valorados con el mismo rasero. En el
transcurso y al final de este período se supone que el alumnado ha aprendido
bien las asignaturas del curso, del ciclo, de la etapa… De lo contario, repetirá, no promocionará,
ingresará en el montón de los fracasados…
Para colmo, algunos profesores
piensan que el prestigio de una asignatura
es directamente proporcional al número de suspensos que genera. Muchos
profesores aseveran que una asignatura de prestigio no puede ni debe ser fácil:
cuanto más cueste aprobarla, más beneficiosa será en la formación del alumno.
Por eso suspenden habitualmente a una buena cantidad de sus alumnos. Y la
desgracia de buena parte del alumnado va así en aumento…
Y es que para algunos profesores
de prestigio, los contenidos, los métodos de enseñanza son eternos e
inmutables: siguen siendo los mismos de hace veinte, cincuenta, doscientos años…
Están convencidos de que si los alumnos no atienden en clase es porque sus
padres no han sabido educarlos convenientemente; si suspenden es porque no
trabajan; y si se comportan especialmente mal, sólo cabe sancionarlos o
expulsarlos.
¿Merece la pena, no obstante,
preguntar al alumnado? Pregúntese al alumno qué es lo que más valora, lo que
más le gusta, lo que más inútil le parece, lo que más desazón le produce, lo
que más aprecia. Tómense en serio las
causas y los motivos aducidos por el alumnado.
Pregúntese, a su vez, el
preguntador por qué él mismo recuerda especialmente a ese profesor, esa clase,
ese curso académico, esa materia, tanto en clave positiva como en clave
negativa…
Pues bien, en resumidas cuentas, todos
aquellos que sigan deseando y luchando por un mundo mejor y por una sociedad
más libre, más justa, más lúcida, más saludablemente satisfecha deben tener muy
claro que la esperanza pasa ineludiblemente por una verdadera educación.
Hoy ha sido un día lleno de camaradería y de humor sano.
Hasta mañana
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