España y Europa están conmocionadas por
el caso de la auxiliar de enfermería
contagiada por Ébola en Madrid. Arrecian las críticas, merecidas, contra
Ana Mato y su gestión de la sanidad española. Sin embargo, lamentablemente este
país suele estar a la cabeza de la crítica cainita siempre que sea a
posteriori, una vez acaecido el desastre. Antes, España y l@s español@s
dormitamos, que no es poco.
Ahora, una vez que los ricos se ven en
riesgo, es posible que se descubra una vacuna eficaz contra el Ébola. De los
miles o… más (¿cuántos? ¿cuántos?) muertos entre podredumbre y sangre en
Liberia, Sierra Leona y otros países del “tercer mundo” no nos hemos enterado,
salvo por alguna imagen fugaz o una breve noticia aparecidas en los medios.
Somos unos hipócritas irremediablemente hipócritas en el mundo rico, donde
comemos todos los días y nos vacunan desde pequeñitos de lo que haga falta.
Murieron dos curas católicos infectados
de Ébola… en España. ¿No podrían haberse quedado donde estaban, muriendo con
los que morían a su lado, como hizo su maestro y fundador, un judío, de nombre
Jesús? No se trata de reclamar ahora desde el egoísmo, sino de señalar la
realidad desde los hechos. Como eran europeos, aquellos clérigos fueron
repatriados con medios que cuestan una millonada. Predicaban aquello de dar la
vida por sus ovejas. La realidad fue que ni murieron por ni con sus
conciudadanos africanos. Ah, y de ovejas, nada.
Dentro de un rato (escribo por la
mañana) iré al portal de la vivienda de
la Consejera aragonesa de Educación a reclamar una educación de calidad para
tod@s, a denunciar los recortes perpetrados por el Gobierno de Rajoy y Rudi.
Espero no olvidarme jamás de que más de la mitad de la humanidad, miles de
millones de seres humanos, no tienen escuela, mucho menos una escuela de una
mínima calidad. No es que la reivindicación no se ajuste a los hechos, pero he
de reconocer la perspectiva etnocéntrica y la visión onfaloscópica (desde el
propio ombligo) del mundo y de la vida a las que solemos tender desde el
Occidente septentrional.
Mañana iré a Madrid a asistir (finalmente,
no hablaré; escribiré pronto del tema y de lo inefable, Félix) a la
presentación de un anuncio publicitario sobre la evitación de sufrimientos
innecesarios y la prolongación indeseable de la vida de un enfermo terminal. Se
trata, sin duda, de un objetivo digno y valioso. “Ni un segundo de sufrimiento
innecesario”, suelo decir a quienes me cuentan el dolor que les produce un ser
querido o un conocido en proceso de grave e irremediable deterioro físico o en
situación terminal. Lo digo de corazón y en un país donde hay medios para
evitar un solo segundo de sufrimiento innecesario, pero espero no olvidarme
jamás de que cada día mueren en gran parte del planeta Tierra decenas de miles
de niños y de adultos, plenos de impotencia, roña y dolor, por carecer de los
medios sanitarios más elementales. La muerte digna se publicita en el mundo
rico. La muerte indigna se tapa, se oculta, se esconde, se encubre.
Por lo demás, siguen las fiestas del
Pilar. ¡Faltaría más! Riadas de gente por las calles. Un buen número de
compañer@s en el portal de la calle Alfonso. Aquí va una muestra.
Y para un buen asturiano residente en
Salamanca:
Hasta mañana
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