En ocasiones los brazos extendidos del universo se juntan para
abrazar al hombre cansado, que no sabe si le restan fuerzas para seguir dando
pasos hacia alguna parte.
En ese abrazo se dan cita centenares, miles de seres humanos
que anteriormente se han ido abrazando, a la vez que se aferraban al mismo madero,
resto del naufragio de cada día.
El hombre llora emocionado. Llega el final. Y siente que ama
a ese universo donde está reunida tanta gente que lo ama.
La vida se torna un Adagio entregado a los brazos de
Beethoven. Y entonces todo está en ningún sitio y la música alcanza el núcleo
del sol.
Y el hombre comprende: el final es comienzo del final. Y
entonces duerme, exhausto, pero tranquila ya su alma.
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