Lo más sagrado no es la divinidad ni tampoco la Biblia, el Corán o los Vedas. Lo megasagrado es la propiedad privada, que pocos mortales osarán poner en duda (¡menudo sacrilegio!).
Juan Manuel Sánchez Gordillo y
unos cuantos más han cometido el horrible pecado de entrar en dos supermercados
andaluces, llenar varios carros con artículos de primera necesidad con el
propósito de destinarlos a familias y personas en condiciones socioeconómicas
harto precarias. Viendo aquello, la diosa Propiedad Privada tremó y maldijo a
aquellos hombres y mujeres: “robos” (El País), “asaltos” (El Mundo),
“bandolerismo comunista” (La Razón), “panda de robaburros” (ABC).
El artículo 17 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce el derecho a la
propiedad individual y colectiva, a la vez que advierte de que no se debe
privar a nadie arbitrariamente de su propiedad, lo que parece dejar entrever
que sí es posible enajenar a alguien de su propiedad si no se da tal
arbitrariedad.
Indigna, por ejemplo, que en España se estén produciendo 517 desahucios diarios y 374.230
familias estén en procedimiento de ejecución por impago, y a la vez haya
millones de viviendas vacías en el país. Una cosa es la propiedad personal de
una persona o familia a disfrutar en propiedad y holgadamente de un bien de
consumo como es la vivienda, y otra bien distinta la propiedad privada asocial
o antisocial de bienes muebles e inmuebles destinados a la especulación, a la
tenencia inoperante o al ocio
exclusivo y asocial.
El Protocolo nº 1 de la
Convención Europea de Derechos Humanos incorporó, entre otros, el derecho a la
propiedad, según el cual “nadie (persona física o moral) podrá ser privado de su propiedad salvo por causa
de utilidad pública (…), conforme al interés general y para garantizar el pago
de tributos o multas”. Tras
su lectura, cualquier persona de buena voluntad se quedará pensando cómo pueden
conciliarse entonces las exigencias de la diosa Propiedad Privada con la
utilidad pública y el interés general, de los que habla el citado Protocolo
Europeo.
De
hecho, a medida que han pasado los años la diosa ha ganado por goleada la competición
utilidad pública versus beneficio privado, de tal forma que la “economía social
de mercado”, establecida por Alfred Müller-Armack, ha quedado diluida en
un océano de agua de borrajas.
Así las cosas, el artículo 33 de la Constitución española vuelve a
resaltar la “función social” del “derecho a la propiedad privada y a la
herencia”, precisando que cualquier confiscación de bienes y derechos solo se
hará considerando su “utilidad pública” y el “interés social”. Repasando lo
acontecido en la historia española desde los 80, podemos comprobar si se ha
procedido alguna vez a alguna confiscación efectiva y ejemplar a personas o
instituciones ricas, bien, de orden y de principios.
La cosa queda aclarada definitivamente en el artículo 38 de la
Constitución: “Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de
mercado. Los poderes públicos garantizan y protegen su ejercicio y la defensa
de la productividad, de acuerdo con las exigencias de la economía general y, en
su caso, de la planificación”. Es decir, economía de mercado pura y dura, sin
hojarascas de adjetivos, como “social”, “público” o “general”.
Los adoradores de la diosa Propiedad Privada califican a los Sánchez
Gordillo del país y del mundo de “panda de robaburros”, mientras que estos,
magnicidas y sacrílegos donde los haya, quieren borrar del mundo y de la
historia a la supuesta diosa y quitar una parte insignificante, de hecho, de lo
que poseen quienes más tienen en pro de la supervivencia de los más necesitados
(no atenta contra la lógica deducir entonces que si son llamados “robaburros”,
algunos se están autodenominando como tales).
La tierra no se consideró propiedad privada de nadie (salvo del rey y de
la iglesia), hasta que llegó el espíritu de la ganancia incondicional con la
burguesía de la revolución industrial y el liberalismo: desde entonces, la
tierra, los medios de producción y los seres humanos se convirtieron en
mercancías que comprar, usar, vender o tirar.
Los Sánchez Gordillo resisten. Y por mucho que diga el aparato
propagandístico de la gente rica (casi todos los media), una buena parte del pueblo está con ellos. Yo, también.
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