jueves, 9 de agosto de 2012

La diosa Propiedad Privada


 

 

Lo más sagrado no es la divinidad ni tampoco la Biblia, el Corán o los Vedas. Lo megasagrado es la propiedad privada, que pocos mortales osarán poner en duda (¡menudo sacrilegio!).

Juan Manuel Sánchez Gordillo y unos cuantos más han cometido el horrible pecado de entrar en dos supermercados andaluces, llenar varios carros con artículos de primera necesidad con el propósito de destinarlos a familias y personas en condiciones socioeconómicas harto precarias. Viendo aquello, la diosa Propiedad Privada tremó y maldijo a aquellos hombres y mujeres: “robos” (El País), “asaltos” (El Mundo), “bandolerismo comunista” (La Razón), “panda de robaburros” (ABC).
El artículo 17  de la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce el derecho a la propiedad individual y colectiva, a la vez que advierte de que no se debe privar a nadie arbitrariamente de su propiedad, lo que parece dejar entrever que sí es posible enajenar a alguien de su propiedad si no se da tal arbitrariedad.
Indigna, por ejemplo, que en España se estén produciendo 517 desahucios diarios y 374.230 familias estén en procedimiento de ejecución por impago, y a la vez haya millones de viviendas vacías en el país. Una cosa es la propiedad personal de una persona o familia a disfrutar en propiedad y holgadamente de un bien de consumo como es la vivienda, y otra bien distinta la propiedad privada asocial o antisocial de bienes muebles e inmuebles destinados a la especulación, a la tenencia inoperante  o al ocio exclusivo y asocial.
El Protocolo nº 1 de la Convención Europea de Derechos Humanos incorporó, entre otros, el derecho a la propiedad, según el cual “nadie (persona física o moral) podrá ser privado de su propiedad salvo por causa de utilidad pública (…), conforme al interés general y para garantizar el pago de tributos o multas”. Tras su lectura, cualquier persona de buena voluntad se quedará pensando cómo pueden conciliarse entonces las exigencias de la diosa Propiedad Privada con la utilidad pública y el interés general, de los que habla el citado Protocolo Europeo.
De hecho, a medida que han pasado los años la diosa ha ganado por goleada la competición utilidad pública versus beneficio privado, de tal forma que la “economía social de mercado”, establecida por Alfred Müller-Armack, ha quedado diluida en un océano de agua de borrajas.
Así las cosas, el artículo 33 de la Constitución española vuelve a resaltar la “función social” del “derecho a la propiedad privada y a la herencia”, precisando que cualquier confiscación de bienes y derechos solo se hará considerando su “utilidad pública” y el “interés social”. Repasando lo acontecido en la historia española desde los 80, podemos comprobar si se ha procedido alguna vez a alguna confiscación efectiva y ejemplar a personas o instituciones ricas, bien, de orden y de principios.
La cosa queda aclarada definitivamente en el artículo 38 de la Constitución: “Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado. Los poderes públicos garantizan y protegen su ejercicio y la defensa de la productividad, de acuerdo con las exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación”. Es decir, economía de mercado pura y dura, sin hojarascas de adjetivos, como “social”, “público” o “general”.
Los adoradores de la diosa Propiedad Privada califican a los Sánchez Gordillo del país y del mundo de “panda de robaburros”, mientras que estos, magnicidas y sacrílegos donde los haya, quieren borrar del mundo y de la historia a la supuesta diosa y quitar una parte insignificante, de hecho, de lo que poseen quienes más tienen en pro de la supervivencia de los más necesitados (no atenta contra la lógica deducir entonces que si son llamados “robaburros”, algunos se están autodenominando como tales).
La tierra no se consideró propiedad privada de nadie (salvo del rey y de la iglesia), hasta que llegó el espíritu de la ganancia incondicional con la burguesía de la revolución industrial y el liberalismo: desde entonces, la tierra, los medios de producción y los seres humanos se convirtieron en mercancías que comprar, usar, vender o tirar.
Los Sánchez Gordillo resisten. Y por mucho que diga el aparato propagandístico de la gente rica (casi todos los media), una buena parte del pueblo está con ellos. Yo, también.


 






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