Publicado el 13 de agosto en Diario de Aire, bajo el tiítulo LA DESVENTURADA BIOGRAFÍA DE MILLONES DE PERSONAS, ESCRITA POR UNOS DESALMADOS
Diógenes salió de su tonel,
estiró sus brazos, bostezó sonoramente y se puso en marcha. Un importante
comerciante de la ciudad le esperaba en el Areópago, pues le había transmitido
su deseo de intercambiar con él algunos puntos de vista sobre la vida y el
mundo.
“Enséñame cómo escribir mi biografía”, fue lo primero que escuchó
Diógenes, ya antes de tenderse tranquilamente al sol y a la brisa mediterránea.
“¿Y para qué quieres perder el tiempo en una cosa tan baladí como escribir una
biografía?”, preguntó al comerciante, que le explicó trabajosamente que se
hacía viejo y quería dejar a sus hijos y a sus nietos los hechos más relevantes
de su vida. Nada más oír esto, Diógenes se levantó de inmediato y se largó de
allí sin dar explicaciones. El comerciante, conocedor de los desplantes
habituales de Diógenes, no se inmutó, llamó al meteco macedonio que tenía a su
servicio y se dispuso a dictarle sin dilación sus primeros pasos por la vida.
Es
difícil, pensaba Diógenes de vuelta a su tonel, escribir una biografía sin
determinar antes qué ha sido y es
importante en la propia vida y en la vida en general. Solemos creer, a
fuerza de redactar y presentar currículos de todo tipo y condición que la biografía
consiste en los datos incluidos en un currículo: nombre, dirección, NIF Y SS,
padres, estado civil, hijos, estudios, idiomas, años trabajados…, pero con ello
corremos el riesgo de terminar creyendo que somos básicamente lo que ven,
esperan y quieren los demás. Sin embargo, la biografía se escribe cada
instante, cada segundo, cada momento de cada vivencia de cada día de cada año.
Y si no se escribe en soledad, no es biografía ni es nada.
Por
aquel entonces Diógenes tenía ya la considerable edad de sesenta y cuatro años
y, al evocar fugazmente su intrincado periplo por la vida, cerró sus ojos y se
quedó muy quieto, sintiendo cómo le bullían dentro infinitos momentos, de todos
los colores, sabores y sonidos, que le habían ido construyendo, tal como era.
No
obstante, Diógenes también sabía que muchos de esos momentos dependen de
variables y circunstancias que apenas dependen de uno mismo. A la fulgurante
promesa de amor eterno le sigue la tormentosa quiebra de la pareja, y los más
rutilantes planes acariciados en la juventud pueden quedar modificados por la
enfermedad, la muerte de seres queridos, los fracasos, los éxitos, la soledad,
el agobio y todo un cúmulo más de elementos que escriben con gruesos trazos la
única, real y definitiva biografía de cada persona.
Así,
los demás contribuyen a la escritura de una biografía, pues buena parte de la
calidez y la frialdad, de lo luminoso y lo lóbrego de una vida ha dependido de
quienes allí han estado presentes. La vida es un forcejeo donde cada uno trata
de encontrar la estima y la valoración de los demás (de buen grado o , en
algunos casos, por la fuerza). En ese forcejeo nace la amistad más hermosa o la
traición, la colaboración y la mano tendida o la envidia y la hostilidad.
Diógenes se pregunta a menudo si al final de la vida valdrá solo cuánto y
cuántos nos han querido, cuánto y a cuántos hemos querido.
Últimamente,
escondidos tras el disfraz inicuo de “los mercados”, unos desalmados (=sin
alma) están escribiendo la desventurada biografía de muchos millones de
personas, que se preguntan, desolados e indignados, qué puede escribirse
honorablemente en el paro, en unos recortes sociales y laborales salvajes, en
la precariedad económica, en la hambruna, en la agresión contra la escuela y la
sanidad públicas, en una amenaza de conseguir una pensión a una edad imposible
para casi todos y con apenas años trabajados y cotizados.
Esos
desalmados hacen que algunos niños vayan a la escuela con su comida en una
fiambrera (¿Igualdad? Cada niño una comida diferente, según los posibles de
cada familia) que deberán calentar cada mediodía a cambio de unos euros. Entretanto, los ediles de mi ciudad
interrumpirán el Pleno municipal para comer y beber el generoso catering
procedente del Club Náutico (pagado por la ciudadanía), los gobernantes y
parlamentarios de mi tierra harán otro tanto cuando les venga en gana, al igual
que lo hacen otros miles de representantes públicos de mi país y del mundo rico
en desayunos, comidas, meriendas o cenas protocolarios.
Una
frase de La inmortalidad, de Milan Kundera había penetrado como un relámpago hasta el corazón de
Diógenes: “Cuando pasaba junto a ellos, aunque estuvieran apenas a dos o
tres metros, no los veía. Padecía de presbicia espiritual”. Desde entonces
Diógenes se pregunta si no deberían ir al oftalmólogo todos esos desalmados,
hijos de mala madre, que padecen presbicia espiritual y no dejan escribir a
cada persona una biografía digna y decente de la propia vida.
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