León Tolstoi tiene un delicioso cuento ,
titulado Iván, el Imbécil, en el que
nos invita a ser declarados redomados imbéciles por el poder. Dice así:
“El viejo diablo declaró al pueblo que
todos los imbéciles deberían inscribirse como soldados, y que cuantos se
negaran a hacerlo serían condenados a muerte.
Los imbéciles acudieron a casa del
voivoda.
- Nos dices -exclamaron- que si nos
negamos a ser soldados, el zar nos matará; pero no nos dices lo que se hará de
nosotros cuando seamos soldados. Parece que también se les mata.
- Asi sucede, en efecto.
Al oir los imbéciles esta respuesta, se
obstinaron en su negativa.
- No seremos soldados -gritaban-;
preferimos que nos maten en nuestra casa, ya que de todos modos nos han de
matar”.
En mi opinión, el cuento es un sencillo homenaje
al derecho a la libertad de conciencia: más allá de lo que dicta el poder y por
encima de cualquier ley, el ser humano tiene derecho a decidir libre y
responsablemente qué quiere ser y hacer, cómo quiere vivir y convivir, cuál es
la sociedad y el mundo que considera adecuados y justos para sí mismo y sus
compañeros. Este derecho a la libertad de conciencia se hace especialmente
necesario en momentos críticos para la sociedad donde se vive y para el mundo
en general.
Estos días hemos escuchado la voz de
alerta de Jean Ziegler, vicepresidente del Consejo consultivo
de Derechos Humanos de la ONU, que llama a dar una respuesta masiva a la
violencia estructural imperante, que pretende conservar a toda costa el “orden
mundial” actual, mediante “una contraviolencia basada en la resistencia
pacífica”. Ziegler señala como “enemigo común de los europeos, de los africanos
y del resto de la población que sufre de hambre y desempleo en el mundo” a los
“criminales financieros, que monopolizan los beneficios y privatizan los
servicios y recursos”. Me atrevo a
añadir que esa lucha de la ciudadanía en defensa de los derechos humanos
fundamentales y de la realización de otro mundo -libre, justo, pacífico,
igualitario y ecológico- se lo debemos también a las generaciones futuras,
sobre las que no debemos permitir que caiga una deuda abrumadora y una recesión
económica, social y humana de muy difícil retorno.
Ziegler recomienda a la ciudadania española no
pagar la deuda, delictiva e ilegítima, adquirida por el Gobierno, para lo que señala
como vía concreta la objeción en la declaración de la renta al porcentaje del
gasto dedicado al pago de la deuda pública. Toda ciudadana y todo ciudadano que
consideren que su conciencia no les permite contribuir a mantener un sistema económico
presente y futuro ilegítimo e injusto pueden y deben concretar esa obligación y
ese derecho haciendo efectiva su objeción de conciencia en su próxima declaración
de la renta. Se trata de colapsar el sistema fiscal de nuestro país, a fin de
que los poderes políticos y financieros se vean obligados a revisar y renunciar
al expolio sistematico de los derechos y del estado del bienestar del pueblo.
Ziegler propone también a tal fin “ocupar masivamente los bancos, nacionalizarlos
y confiscar las arrogantes riquezas robadas por los especuladores financieros”.
Hago desde aquí un llamamiento a todas las ciudadanas y los ciudadanos que por
su situación (desempleo, jubilación, permiso o vacaciones…) pueden disponer de
tiempo para que a partir de una fecha aún por determinar ocupemos cada mañana
de cada semana de cada mes de cada año un banco, donde pacíficamente, sin
gritos ni consignas, solo con carteles y en silencio, expliquemos a nuestros
conciudadanos y conciudadanas dentro y fuera del banco quiénes son los únicos
responsables de esta crisis y cuáles son nuestras reivindicaciones.
Todo ello debemos hacerlo a la mayor brevedad y con
la mayor celeridad posibles.
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