Me dejó algo estupefacto el presidente de la Comunidad de Madrid,
Ignacio González, cuando en la Asamblea de Madrid tachó de “antisistema” al
líder de la oposición socialista, Tomás Gómez, al haber apoyado la protesta
contra el plan sanitario privatizador del Gobierno madrileño.
Pensé, por ejemplo, en el sistema de pesos y medidas, el sistema solar,
el sistema métrico decimal o el sistema nervioso, y me pareció evidente que un
sistema implica que sus elementos estén relacionados y estructurados entre sí
según un determinado orden y en vistas de un determinado objetivo común. A
continuación, pensé en el presunto sistema al que se estaba refiriendo Ignacio
González, y concluí que yo mismo debía declararme antisistema.
El sistema actualmente existente en España, Europa y el mundo parece un
rodillo gigantesco e imparable que tritura a la gente de abajo para que la
minoría dominante del sistema cada vez se enriquezca más y viva mejor. Ese
sistema, neoliberal y neocon, tiene sus componentes perfectamente estructurados
para que todo funcione según lo previsto y así se obtengan los mayores
beneficios posibles. Para ello, solo es preciso que la mayoría viva cada vez
peor y tenga menos recursos, salvo que la minoría haya decidido, táctica y
provisionalmente, otra cosa en un determinado sector de la población.
Una cadena televisiva española emite el programa “Perdidos en la
ciudad”, donde unos cuantos miembros de dos tribus anteriormente visitadas por
españoles (ecuatoriana y etíope) pasan una temporada en España. En uno de los
episodios, dos mujeres etíopes pasean por Sevilla y parecen encantadas con todo
lo que ven y experimentan, hasta que descubren a una mujer madura, sentada en
la calle, junto a un colchón mugriento, unos cartones y unos cuantos enseres
desvencijados más. Una de las mujeres etíopes, al verla, se detiene en seco y pregunta
qué hace y porqué está allí aquella mujer. Cuando le explican que no tiene casa
y que vive en la miseria y a la intemperie, exclama a gritos que no puede
entender cómo sus anfitriones tienen de todo y en las tiendas de la ciudad hay
tal abundancia de comida y de cosas, cuando aquella mujer está viviendo en condiciones
tan penosas. “En mi tribu, los Suri, eso no podría ocurrir nunca. No lo
permitiríamos”, dice, “nosotros lo compartimos todo por igual”. ¿Aquella
mujer etíope, señor González, es también antisistema?
Sin embargo, al sistema todo eso le tiene sin cuidado, pues considera a
los Suri unos simples subdesarrollados, unos ignorantes y unos muertos de
hambre. Al sistema le interesa únicamente que los engranajes encajen y la
máquina esté en funcionamiento. Si con ello se consigue trescientos mil
desahucios en unos pocos años o que cada cinco segundos muera diariamente de
hambre y malnutrición en el mundo un niño menor de diez años lo considerará
daños colaterales e instará a la masa consumidora a apadrinar a un niño, dar
dinero a alguna ONG o colaborar en algún mercadillo de ropa o de juguetes
usados. Y es que al sistema le interesa que sus componentes o no piensen o
dispongan de los mecanismos adecuados para limpiar su conciencia. Al sistema le
preocupa sobre todo que cada pieza esté en su sitio y que cada movimiento se
ejecute según órdenes y a la hora prefijada. C’est tout…
Al
sistema educativo, pongamos por caso, como a cualquier otro sistema que se
precie de serlo, le importa un comino que la gente piense, más aún, estima que
es mucho mejor que apenas piense. El sistema educativo forma parte de un
sistema global que consideraría una peligrosa amenaza que las personas pensasen
y actuasen por su cuenta y poseyeran un criterio propio para analizar y encarar
el mundo y la vida.
Por
eso, señor Ignacio González, permítame decirle que yo también quiero ser
antisistema, mientras esto sea el bodrio y la mentira que usted y sus colegas
están montando y manteniendo.
Cuando unos cuantos consideran que el sistema (o el orden o la nación o lo que sea) lo representan ellos y todo el que piense (aunque sea un poco) diferente es un peligroso revolucionario "eso" que ellos defienden se parece cada vez menos a una democracia. Sobre todo, cuando el programa que se ha votado no es el que están aplicando. La gente ha votado engañada, es un hecho, que no presuman tanto de haber ganado las últimas elecciones.
ResponderEliminarUna puntualización: efectivamente quieren que cada vez vivamos peor pero ADEMÁS quieren que cada vez vivamos menos (de ahí que los recortes en cuestiones prioritarias en principio no les supongan ningún problema) Y no lo digo yo, lo dijo hace unos meses la presidenta del FMI.
Saludos