Aquí estoy, entre los inmensos muros de
hormigón del refugio atómico, comiendo las latas y conservas que aún quedan,
imaginando las terribles catástrofes para el país que vaticinan los candidatos
de cada grupo político si no resultan elegidos y resultan elegidos los
adversarios. En sus programas prometen el edén, mientras señalan los programas
ajenos como pura filfa, como la catástrofe universal, como el Sodoma y Gomorra
de la política española.
En el refugio atómico hablamos de todo un
poco las personas que hemos optado por meternos en este refugio. Nos podemos
contener la risa al comprobar cada día que no haya una sola candidatura que no
prometa el Cambio redentor de todos los males del pasado, lo que nos lleva a
preguntarnos de qué cambio hablan y qué es realmente lo que quieren y no
quieren cambiar, también y sobre todo lo que pueden y no pueden cambiar.
El barco del poder lleva su rumbo
inexorable y quien llegue a gobernar debe saber (ya lo sabe…) que no tocará el
timón del navío ni entrará en la sala de máquinas o pisará el puente de mando.
El Gobierno de España (y de cualquier otro país europeo y del mundo) gobierna
según el dictado del armador, del propietario, del capitán e incluso del
práctico del puerto. Prestan al gobernante de turno unas enormes tijeras para
recortar lo que les digan y unas normas estrictas que deben cumplir a rajatabla
mientras estén bajo el dictado del euro. Y ahora, ciudadanas y ciudadanos, ¡a
votar!
En el refugio atómico estamos cursando un
máster sobre resistencia y compensación de la frustración. En nuestras manos no
está el método seguido por el futbolista Benzema, que, agobiado por un turbio
asunto de extorsión de un amigo y estar todo el día sobre candeleros
indeseados, se acaba de comprar de la noche a la mañana un Lamborghini
Aventador de 400.000 euros, y se ha quedado tan pancho. Nosotros, los vivientes
en las profundidades del refugio atómico, metabolizamos como podemos el puré de
tanto cambio para que nada cambie, también el dato de que una buena parte de la
ciudadanía machacada hasta casi su pulverización catódica tiene la intención de
seguir votando al machacador y recortador. ¿Síndrome de Estocolmo? Simplemente,
Spain is different, como ideó y divulgó el ministro Fraga Iribarne, Presidente
de Honor del Partido Recortador por antonomasia.
La nube radiactiva penetra ya por cada
poro de los muros del refugio nuclear, que no tiene forradas sus paredes con
plomo, pues todo el plomo lo portamos, mal que no pese (¡mucho!), en el alma,
mientras escuchamos por la radio que no ha sido una explosión nuclear, sino
solo un “accidente nuclear”, del que la culpa solo es del vecino y de la
herencia recibida. Accidente o no, este país está medio en ruinas, aunque
aparentemente todo luzca más que en ninguna otra época del año, pues las
calles, las plazas y las grandes superficies brillan con sus lucecitas y demás
patrañas navideñas de cada año. Lo que verdaderamente está en ruinas es la
conciencia crítica de la gente, su autonomía mental, su libertad, los últimos
rescoldos de dignidad. Todo ello se ha vaporizado: del primigenio
estado sólido, pasó hace años a líquido y finalmente a gaseoso. Y ahora,
ciudadanas y ciudadanos, ¡a votar!
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