PUBLICADO EN HERALDO SANITARIO DE OREGÓN
Fui a Urgencias convencido
de que iba a morir, con fuertes palpitaciones, sudoración, temblores,
sensación de ahogo y nauseas. La médica que me atendió, tras una concienzuda
exploración, emitió un certero diagnóstico: “campañitis aguda”. En una extensa receta me recomendó no salir a la
calle para no ver así los carteles y las fotos de los candidatos y las
candidatas, no encender la radio ni el televisor, solicitar a través de algún
familiar o amigo el voto por correo e ir a primera hora de la mañana a la
Oficina de Correos correspondiente, soltar mi voto y volver a encerrarme en
casa hasta la cena de Nochebuena, que de esa no te libra ya galeno alguno. Pues
bien, cumpliendo al pie de la letra las recomendaciones médicas, la campañitis
aguda remite poco a poco y me siento ya algo mejor.
He de reconocer,
no obstante, que me encuentro mucho mejor debido sobre todo a no ver por la
tele “7D: El Debate Decisivo”, lo que
no le ha ocurrido a un amigo mío de las Cinco Villas, que a medianoche tuvo que
acudir a su casa el médico de urgencia de la zona y lo hinchó a nolotiles y
fentanilos hasta que se le pasó, si bien el médico le diagnosticó “Síndrome de
dolor regional complejo” (CRPS, por sus siglas en inglés) y le recomendó
una visita rápida al psiquiatra a fin de que le auxiliara para hacer frente a su
rara adicción a las drogas duras y a un presunto trastorno de personalidad
masoquista.
Yo, en cambio, tengo la sensación de sentirme ahora limpio,
libre de espectáculos, candidatos, publicidad televisiva, sin predebate, debate
y posdebate. Estoy seguro de que nadie dijo allí nada nuevo y, aún peor, ya no
me creo lo que dicen, pues estoy harto de que digan sin decir nada y, sobre
todo, sin hacer algo. Soy un profesor de filosofía jubilado, pequeñoburgués y
con todas las necesidades básicas cubiertas, pero llevo casi tres años siendo
cada mañana también un profeflauta motorizado que ha visto toneladas de
sufrimiento, miseria, desamparo, amargura y agonía. Por eso ya no soporto más Debates
y debates, Programas y programas.
Durante la noche del “Debate decisivo” resolví ver la
película Metrópolis, de Fritz Lang,
en su versión completa. La he visto varias veces, pero cada vez tengo la
impresión de estar viéndola por primera vez. Paradójicamente, yo, que siempre
estoy hablando de la Utopía, elegí un relato distópico del mundo que me dejó
depurado y renovado. Me sentí agobiado en la ratonera subterránea donde
trabajan y viven los obreros y sus familias, extraño entre los rascacielos de la
Metrópolis donde vive la clase rica. Dando un gran salto desde 1927 hasta 2026 (años
de la realización y de la historia de la película, respectivamente), me vi
pensando y repensando en el mensaje de paz y amor que la carismática María
lanza cada día a los obreros después del trabajo: pronto llegará un Mediador,
capaz de unir el cerebro de los patronos y las manos de los obreros, frente al
mensaje de un bello robot que les lanza el mensaje de la rebelión y la
destrucción de las máquinas. Finalmente, vence María y su mensaje, que aparece
también al inicio y ya finalizada la película: «Mittler
zwischen Hirn und Hand muss das Herz sein» («Mediador entre el cerebro y la
mano ha de ser el corazón»). Patrono y obrero se dan la mano en la escena
final, pero Fritz Lang no explica ya en qué consiste y cómo puede llevarse a
cabo tal acuerdo cordial.
Hoy, ya en el día del Posdebate Decisivo,
continúo secundando las recomendaciones de mis médicos y sigo sin encender
aparato alguno, a fin de que no caiga sobre mí una más que posible catarata de
opiniones de tertulianos, expertos y políticos de incuestionable casta e
innegable pedigrí. Nada más levantarme, sin embargo, llevado por el automatismo
matutino de cada día, he encendido el transistor y no he podido evitar escuchar
en la SER que un periodista preguntaba a Albert Rivera quién había ganado el
Debate, a lo que este ha respondido: “¡Los
españoles, son los españoles quienes han
ganado!”. Lo primero que he encontrado, un paño de cocina aún poco usado,
me ha servido para enjugar mis lágrimas, no sé si de tanto reír o de tanto
llorar.
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