martes, 18 de noviembre de 2014

Diario de un perroflauta motorizado, 386

            Me dice un transeúnte invisible en la calle Alfonso que Juan de Mairena ya no aparece en este Diario. Le respondo que vive permanentemente dentro de mí, pero en cuanto el transeúnte se va Mairena pone los puntos sobre las íes: “Más bien eres tú quien vive permanentemente dentro de mí”. Lo pienso unos milisegundos y le doy la razón. Mis compañeros inseparables de mi música más querida también parecen guardar silencio desde hace tiempo, pero en realidad solo lo hacen en el portal: es el precio a pagar por tener casi siempre y desde el principio de la mañana personas en el portal que desean hablar y comentar. A Beethoven, Bach, Mozart, Stravinski… no les importa. ¡Cuánto les debo! Soy el collage de cientos de personas que han influido mucho en mí, de miles de personas que han dejado un poco de sí mismas en mí.
Es un toque de los otros apenas perceptible en muchos casos. Pasan como pasa el tiempo. Perduran como perdura la propia identidad. Cuántas arrugas observo en el espejo mientras me afeito. Esas arrugas son cicatrices también en el alma. Las acojo y las miro con gratitud porque son también signo de maduración. Me parece anti-uno-mismo ese afán de ocultar mediante esas cremas  antiedad.  Quererse y cuidarse uno mismo implica amar también las propias arrugas. Amándolas, abrazo al mismo tiempo a tantas y tantas personas que han sido compañeras de camino. No puedo olvidarme jamás de mis amigos y compañeros (imperceptibles al ojo común, como Mairena o Hesse; perceptibles en mi memoria, en mi retina, en mi tacto, en mi corazón).
Las arrugas del alma troquelan además una de las más apodícticas verdades: nuestros contornos son los del universo mismo, por eso todo lo que ocurre a todos y a cada uno de los seres humanos del mundo me concierne, me atañe, forma parte de mí. Por eso me siento despedazado en este mundo mendaz y bienviviente donde habito: dos tercios de la humanidad malnacen, malviven y malmueren; dos tercios de la humanidad carecen por completo de los derechos humanos más elementales. Por eso amo tanto mis cicatrices y mis arrugas del alma: son un perpetuo recordatorio de que no es éticamente posible detenerse y mucho menos aún encogerse de hombros.
Hoy, clara y luminosa mañana. Ha empezado para mí pasando un ratito con los compañer@s de Stop Desahucios ante las oficinas del BBVA. Marisol no podrá venir estos días (¡buena y pronta recuperación, Pedro!). (Y acaba de ponerte buena pronto, Palmira. ¡un gran abrazo!). Cada vez se me olvida más hacer fotografías en el portal de la Consejera aragonesa de Educación, que está siendo remozado, lijado, limpiado y pintado. Solo hay estas dos:




Susana tiene obras en casa y no ha podido venir desde Huesca. Un recuerdo musical para ella:


Hasta mañana

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.