viernes, 17 de abril de 2015

Diario de un perroflauta motorizado, 482



 Navego por las circunvoluciones de la sustancia gris de mi cerebro, entre el proceloso oleaje del lóbulo frontal izquierdo. Me sumerjo después sin la menor vacilación hasta el hipotálamo, me detengo un momento a tomar resuello, y ahí está. “Ser y Tiempo”, de Martin Heidegger.



Heidegger me mira de hito en hito, se atusa el bigote y me pregunta: “¿Nos conocemos?”. Me presento: “Me llamo Antonio, español, nacido y residente en Zaragoza, ex profesor de Filosofía en Secundaria, ahora perroflauta motorizado”. “Mucho gusto”, dice. Y yo: “el gusto es mío”. Me aproximo  a él con disimulo, mas no percibo en sus ropas olor a Selva Negra, una lástima, pues me hubiese gustado recordar el olor de la Selva Negra. De todas formas, con tanta dendrita neuronal alrededor, seguramente él y yo apestamos.

 “Durante bastantes años me he dedicado a estudiar su obra Ser y Tiempo", le comunico, mas él se encoge de hombros y exclama: “¡Pobre!”, lo cual me deja desorientado, como es de suponer... “Debo confesarle”, me dice, “que me produce no poca sorpresa, aunque también sincera gratitud, que usted se haya acordado de mí, pues no podía imaginar que, después de mi muerte, tendría ocasión de dialogar con un filósofo”. “Oh, no”, aclaro, “yo no soy filósofo”. “¿No?, ¿y qué es usted entonces?  ¿No acaba de decirme que ha pasado varios años estudiando Sein und Zeit?”. “Perroflauta motorizado”, respondo. “Unas sesiones con Freud, Jung y Adler le vendrían muy bien”, murmura...

“En realidad”, intento aclararle, “me he atrevido a perturbar su quietud y su merecido descanso con la esperanza de que usted pudiere auxiliarme en mi búsqueda personal...”. ¿Y qué es lo que anda usted buscando, si puede saberse?”, me pregunta Heidegger, a lo que respondo: “Verá, quisiera pedirle consejo, una palabra orientadora en estos momentos complejos de mi vida. ¿Sería tan amable de concederme unos minutos de su precioso tiempo, hacer un hueco en su apretada agenda de trabajo?”. “Por supuesto”, responde, “le escucho con atención”. Me curo en salud: “Perdone mi falta de rigor en el lenguaje”.No tiene importancia”, me anima. Y yo: “El caso es que no sé qué hacer con Ser y Tiempo. Antes representaba para mí algo así como el Oráculo de Delfos, pero ahora se me cae de las manos y encima me aburre. ¿Es grave?”. “No”, responde, “es natural. Tampoco yo soportaría hoy por hoy Sein und Zeit, que, por cierto, no hay humano que lo aguante, aún no me explico cómo pude escribir algo así, y encima de una forma tan abstrusa y enrevesada”. “Muy amable de su parte, Herr Heidegger. Sus palabras me están resultando de gran consuelo”. “¿Más preguntas?”. “Sí, aquí tengo algunas redactadas. Si no le importa, se las leo... Aquí están... Un momento, por favor”.


Extraigo de una carpeta amarilla dos folios manuscritos y a continuación leo:
“Cuando usted habla del Ser, ¿concibe este ser como algo pleno y absoluto, fuente de autenticidad y de encuentro fundamental del hombre con su propio ser y con el mundo? ¿Puedo aspirar a su intelección en mi condición de perroflauta motorizado? ¿Debo buscar un nuevo portal o quedarme en la quietud del Ser? ¿La vida es coherente o incoherente? ¿Qué es el amor? ¿Qué relación existencial existe entre ser, verdad, autenticidad, amor y muerte? Si me proyecto a mí mismo al existir y el resultado es tan deplorable, vuelvo a comenzar da capo o acabo conmigo? ¿Sirve la ginebra para olvidar? De no servir, ¿existe algún otro remedio para olvidar? Por último, si usted volviese a la vida, ¿haría las mismas cosas, escribiría los mismos libros, pensaría lo mismo? ¿A qué se dedicaría usted? ¿Descartaría dedicarse a perroflauta motorizado?”.

“¿Qué le parece?”, le pregunto, orgulloso de mí mismo, mientras me devuelve el escrito. “Un bodrio”, responde. “Me lo temía”, miento. “Dedíquese a otra cosa”, asesta, pero añade: “permítame un último consejo, es lo único ya que puedo darle ahora,  en mis actuales circunstancias. Antes he de advertirle de que no evalúe mis palabras diciendo ‘este Heidegger no es heideggeriano’ o cosas por el estilo, en tal caso se estaría clasificando solamente a sí mismo. He aquí el consejo: nunca diga ‘basta’”.Lo intentaré, muchas gracias”,  me despedí sin haber entendido apenas una sola palabra.

      Desfila el gentío en la calle Alfonso de Zaragoza ante la mirada de un diletante aprendiz de brujo en las artes filosóficas. Un perroflauta motorizado sostiene sus armas, vela sus armas, como también cada noche hace centinela cerca de ellas, sin perderlas de vista.

Hoy no hemos llegado a 2.500 personas en el portal de la Consejera aragonesa de Educación. Pero cada un@ de l@s asistentes es distinguid@, simpátic@ y muy buena persona.




                Cántala  otra vez,  Clyde



Hasta el próximo día


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.