lunes, 25 de abril de 2016

La única vía que nos resta




¿Qué hacer?, me pregunto, me preguntan. Y no siempre me lo digo/les respondo: en el mundo de las justificaciones, las palabras se las lleva el viento de las excusas.  Es el mundo de la protesta en vacío, de la negación sin afirmación que la reemplace, de la necesidad de un enemigo al que echarle las culpas para así poder irse y seguir viviendo de rositas.

No siempre me lo digo/les respondo:  nos queda el último recurso a la rebeldía, a la negación del sometimiento al poder injusto, a la insumisión frente a la conculcación de los derechos humanos. Estamos encadenados a los dictados del poder económico-financiero mundial y del neoliberalismo, y nos van dejando cada vez más pobres, con menos derechos y libertades. Queda la desobediencia. Desobediencia interior como condición previa a la desobediencia abierta, civil. Esa es hoy la única política ciudadana imprescindible: la insumisión. 

Cuando ya las fuerzas se me escapan por los mil agujeros de mi maltrecha salud de hierro, veo con suma nitidez la vía, el camino, el único camino que resta. La insumisión.

La insumisión tiene una cara negativa:  es oposición a la razón de la fuerza y resistencia a la fuerza bruta del poder, pero también se conjuga en positivo:  amor a la vida, amor a la humanidad que nos confiere dignidad, compromiso personal e incondicional por la reivindicación y defensa de los derechos humanos.



En un proceso que ha ido modelando mi propia identidad, rechazo la violencia. No quiero ser violento, pues el poder está esperando cualquier resistencia violenta para aniquilarnos. Soy débil, pero mi fuerza interior sigue siendo grande. Estoy dispuesto a todo, porque a nada o a nadie temo. Nada tengo, nada tengo que perder. Por eso al poder no le queda otro remedio que llamarme “antisistema”, incluso “terrorista” al no someterme a sus condiciones, al no reconocer su sistema: literalmente me han acusado de poner a un Delegado del Gobierno en manos del ¡terrorismo de ETA!, me han detenido, siguen multando y acosando.

Es también un sistema que genera 1000 millones de hambrientos y desnutridos en el mundo, la depauperación de la humanidad, la dictadura de una minoría rica. Desde la noviolencia, solo restan la desobediencia, la rebeldía, la insumisión.



La resistencia ética personal puede ser el mayor y más valioso instrumento político para reivindicar un mundo justo, donde la riqueza, los recursos y los alimentos, de todas y de todos, estén distribuidos para toda la humanidad. Hablemos poco. Hablemos cada vez menos. Seamos. Hagamos.

La insumisión surgida desde la conciencia ética personal es reflexión y acción, es energía interior plasmada en energía ante el mundo, por la vida digna y la muerte digna. Lo de menos es el posible castigo, por muy de legal que pretendan disfrazarlo. Sanciones, juicios, detenciones… Acaban siendo refuerzos del alma y del cuerpo, capaces ya de resistir las inclemencias del tiempo o la incertidumbre que a veces puede acechar en cada rincón. Quiero eliminar en mí lo que también quiero eliminar en el mundo. Entrar cada día dentro de mí para catapultarme después al mundo. La coacción o el castigo son nada, pues el insumiso lo puede ya todo, ya que su primer deber es ser fiel a su ser más profundo, la propia coherencia. Depuración en y de uno mismo para luchar después por eliminar la podredumbre de un mundo inhumano.

 Axioma por antonomasia: los derechos humanos, de todas y de todos.  Por los derechos y las libertades no importa sacrificar lo que sea preciso, incluso actuar “en contra de nosotros mismos” en la medida que lo que poseemos y deseamos forme parte aún de nosotros mismos. Insumisión primordialmente interna, personal, coherencia con todo los valores éticos que me doy a mí mismo, mantenimiento de la propia dignidad.

La autoridad del poder es ilegítima en la medida en que sea contraria al fomento y la defensa de los derechos humanos. En tal caso, la autoridad del poder es para el insumiso como el rey desnudo de Andersen. Jamás esa autoridad puede hacerme prisionero o ignorante a causa del miedo, pues es inexistente si decido no reconocerla. Existir es resistir. Resistir también a los tópicos de “cada cual que se busque la vida como pueda”, “pisas o te pisan”, “el hombre es un lobo para el hombre”… Resistir es un acto personal y ético que anhela hacerse también colectivo.


Existo y resisto porque quiero hacer coincidir lo que pienso, lo que quiero, lo que hago y lo que debo, porque así me siento libre y humano.

La Consagración de la Primavera me ha inyectado muchas veces energía y fuerza a lo largo de mi vida










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