Día caluroso, aliviado por un viento suave. Sergio descansa merecidamente, al igual que Marisol y tantas otras personas a las que deseo que disfruten y descansen mucho, aunque las echemos mucho de menos. Bastante gente en el portal de la Consejera de Educación. Mucho aire artístico en el ambiente. Sobre todo, mucho buen rollo.
Hace unos días, mi buen amigo Toni me recomendó el visionado
del vídeo de ATTAC TV, El gobierno de las
palabras, http://www.attac.tv/2011/06/1966,
una magnífica entrevista a Juan Carlos Monedero. Me he quedado anclado hoy en
un pequeño detalle de su mensaje. Para hacer, hay previamente que saber y
querer, pero antes de todo eso aún, hay que doler, hay que sentir dolor. Tiene
toda la razón. Solo podemos reaccionar frente a algo si tenemos conciencia de
que nos duele ese algo.
A menudo, aducimos el miedo, la indiferencia, el resquemor,
la indolencia, la pereza… para explicar por qué “la gente” (=todas y cada una
de las personas en particular, una a una) no reaccionan ante el salvaje expolio
de derechos y libertades que está perpetrando el Gobierno del PP. Quizá
olvidamos el dolor señalado por Monedero. Si alguien se levanta por la mañana,
piensa en los cientos de miles de personas que sobreviven a su alrededor en situaciones
límite, y no le duelen, nada hará.
Alguien dirá que para sentir ese dolor, es preciso
antes tener conciencia del mismo. Siendo cierto, es mucho más cierto aún que
nunca podrá tenerse conciencia del dolor, si no se tiene. No se trata de un
dolor racionalmente elaborado, pensado, repensado y analizado, sino un dolor
primario, el dolor originario de la humanidad herida. Ese dolor mueve a la
rebelión. Y mientras me duela un solo ser humano herido, nada ni nadie será
capaz de arrancarme de mi rebelión, exterior e interior.
P.D. Ha fallecido el actor Robin
Williams. Una vez, en el IES Grande Covián, de Zaragoza, vimos en clase “El
club de los poetas muertos”. Al acabar la película, dispuesto a iniciar un
diálogo-debate sobre el tema educativo, pedí que subieran las persianas del
aula, hasta entonces bajadas. Levanté la mirada y vi a todos mis alumnos y
alumnas en pie sobre sus mesas. Dijeron una sola vez “¡Oh, capitán, mi
capitán”! No creo que sea preciso describir lo que pasó por mi corazón, mi
cabeza y mi alma entera. (¡Gracias, Robin!)
Hasta mañana
derramo unas lágrimas de las que se pueden beber. Gracias Antonio por existir!
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