Llegó ayer Martin Heidegger a mi casa sin avisar,
y enseguida soltó lo que deseaba plantearme: “Imagina que estás en una habitación con otras ocho personas. Algunas
son amigas o conocidas. Otras, no las conoces. Os ponéis a hablar sobre cuál ha
sido el pintor más decisivo en la historia de la humanidad. Cada una tiene su
propia opinión, pero al final todas van coincidiendo en que fue el pintor
flamenco Peter Paul Rubens. A ti te extraña mucho que Rubens haya obtenido
finalmente la unanimidad de casi todos los contertulios. Por otro lado, tus
conocimientos sobre arte y sobre historia son bastante someros, por lo que no
te encuentras en condiciones de contrastar tu parecer con las afirmaciones de
algunos, que parecen ser verdaderos expertos en la vida y la obra del artista.
El hecho es que, finalmente, todas y cada una de esas personas han ido coincidiendo
en tono laudatorio en que Peter Paul Rubens es el pintor más decisivo en la
historia del arte de la humanidad. ¿Cuál sería tu postura ante semejante hecho?
¿Te opondrías a la opinión unánime del resto? ¿Manifestarías abiertamente tu
disconformidad? ¿Optarías por callar? ¿Empezarías a pensar que quizá, o
seguramente, aquellas personas tienen razón? ¿Te encogerías de hombros y te
pondrías a pensar en otra cosa?”
“Vete a
saber”, le respondí, pero Heidegger prosiguió con sus planteamientos, como
si le importara un higo cualquier respuesta por mi parte: “Es costoso y difícil resistirse a la dictadura de un sujeto aparentemente
inexistente, pero que tiende a acompañarnos allá por donde vamos: el sujeto
impersonal “se” (“se” dice, “se” piensa, “se” prefiere, “se” lleva, “se” viste,
“se” compra, “se” vota, “se”…). Precisamente porque ese “se” es impersonal y
anónimo, destaca por su discreción. Si nos adaptamos a sus recomendaciones, si
nos acostumbramos a su compañía, el “se” alivia nuestra responsabilidad a la
hora de pensar o actuar, incluso nos “impersonaliza”. El “se” puede llegar a ser
un factor tan imperceptible como decisivo en nuestras vidas, conllevando además
que nada ni nadie podrá pedirnos cuentas por lo que hacemos o dejamos de hacer,
pues ese “se” nos exime de cualquier responsabilidad personal.
Otro
sujeto frecuentemente utilizado es “la gente”: por ejemplo, “yo no hago nada,
porque la gente no hace nada” o “no hay condiciones objetivas para la acción
social mientras no haya más gente”. “La gente” es un chollo, un aquietador de
las conciencias, un buen acompañante de todos los Tartufos del mundo”.
Recordé entonces, al hilo de lo que decía
Heidegger, que hace ya muchos años, yendo cada mañana a trabajar, leía en la
pared de una estación del Metro madrileño: “200.000
millones de moscas no pueden equivocarse: comamos mierda”. En otras
palabras, en una determinada época el grupo hubiese votado mayoritariamente por
que la Tierra es plana o por que la vida surge por generación espontánea.
En la parada misma del autobús he tenido hoy la
fortuna de encontrarme con Teresa unos segundos, y poco después de llegar a mi
punto de destino he visto mi fortuna aún más aumentada al tomarme un café con
Laura y charlar un rato con ella.
Ha
interrumpido la conversación el mismísimo Tolstoi, que con aire solemne nos ha
dicho: “No hay condiciones de vida a las
que un hombre no pueda acostumbrarse, especialmente si ve que a su alrededor
todos las aceptan”.
(Diré finalmente que, aunque hubiera estado
escuchando realmente lo que mis otros nueve contertulios hipotéticos afirmaban
sobre Rubens, he de confesar que hace tiempo estaba indeciso, pero ahora ya no
estoy tan seguro de que mi decisión –diferente- hubiera sido la acertada. Pero en
cualquier caso habría sido LA MÍA).
En ese momento, viene en mi auxilio Friedrich Nietzsche y me dice,
sacudiendo mis hombros: “¡Si
queréis subir a lo alto emplead vuestras propias piernas! ¡No dejéis que os
lleven hasta arriba, no os sentéis sobre espaldas y cabezas de otros!”.
Hoy ha hecho un frío que pela, ha llovido bastante al principio y no ha
dejado de caer a veces aguanieve. Me había hecho ya a la idea de que cantaría
solo El Canto a la Libertad, cuando segundos antes han llegado un tenor y un
barítono. Una vez perpetrado el canto, hemos disfrutado de más compañía.
La música aúna instrumentos y sensibilidades en
la armonía de la identidad de cada uno.
Hasta mañana
Gracias, Antonio.
ResponderEliminarHoy tus comentarios y tus lecciones y sobre todo tu lucha personal me acompañan de una forma especial, ya que te estoy leyendo en una clínica de Burdeos, donde ayer fui intervenido de un cáncer de próstata...
Nada importante. En dos días vuelvo a mi Asturias querida y seguiré mi vida normal.
Admiro más que nunca tu lucha y tu ejemplo y tu espíritu de superación me sirve de ejemplo y guía para mi propia recuperación
Un fuerte abrazo de tu amigo Tino
Un gran abrazo, querido Tino, mi buen amigo y compañero. Recupérate pronto que el mundo necesita cada vez más personas buenas como tú.
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