He dejado escrita en repetidas ocasiones
una anécdota que Masson cuenta en su recomendable libro "Cuando lloran los
elefantes": el etólogo D. Chadwick tuvo la ocasión de observar diariamente
cómo un elefante cautivo, cada vez que le echaban de comer, apartaba un
montoncito de grano en un rincón, siempre el mismo, que custodiaba celosamente
hasta que llegaba su destinatario: un minúsculo ratón, que, gracias a la
generosidad del elefante, contaba cada día con el alimento necesario para su
subsistencia.
También yo me siento elefante, me siento
ratón cada mañana ante el portal de la Consejera aragonesa de Educación.
Asimismo quiero creer que la inmensa mayoría de los seres humanos se siente
cada día elefantes y ratones, al igual que temen a los depredadores humanos que
abundan en el secarral del circo mundial, sus guerras, desahucios, bloqueos,
economías globalizadoras, deudas externas, falta de medicamentos y vacunas,
mortandad infantil, hambre o tinieblas en el corazón.
Quizá la más importante revolución
pendiente sea la rebelión de los elefantes y los ratones: si todos los
elefantes dejasen un poco de grano a cada ratón, sin duda la cosa iría mejor.
Sin los ojos o las manos de todos los elefantes y ratones del mundo, los
blindados y los misiles sólo servirían para chatarra. Si todos los elefantes y
ratones decidiesen no pagar una sola multa o un solo impuesto mientras los
poderosos sigan haciendo del mundo un circo donde ejercen de payasos
prepotentes, quizá éstos conocerían realmente el respeto y el miedo.
Hoy hemos cantado los cuatro con todo
nuestro corazón
¿Quieres venir ahora conmigo al país de
las maravillas?
Hasta mañana
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