Publicado en El Periódico de Aragón el 30 de marzo
La semana pasada el presidente de la diputación de Castellón, Carlos Fabra, el hombre con más suerte
del mundo por la cantidad de veces que le ha tocado el Gordo de la lotería,
inauguró el aeropuerto de Castellón, un aeropuerto sin aviones, pues ni
siquiera están iniciados los trámites para que los aviones puedan volar hasta
allí, y que ha costado a las arcas públicas 151 millones de euros. El señor
Fabra ha introducido así un cachivache más (aeropuertos sin aviones) en el universo
de los entes inútiles: paraguas sin lluvia, música sin sonido, libros sin
palabras, bombillas sin electricidad, colegio sin alumnado o gaviotas sin vergüenza.
Al señor Fabra, que cuenta con una escultura en su honor de 24 metros
de alto y 18 de diámetro en la entrada del aeropuerto, le ha vuelto a tocar la
lotería: tras estar imputado, entre otras cosas, en cinco delitos
fiscales tras haberse detectado 3,6 millones de euros de origen no justificado
entre 1999 y 2003 y un fraude a las arcas públicas de 1,7 millones de euros, la
Audiencia de Castellón resolvió archivar cuatro de los cinco delitos fiscales,
por entender que estaban prescritos. Remitiéndonos a los hechos contantes y
sonantes, al currante y al ciudadano de a pie nunca les prescribe nada, pero la
gente que mangonea el cotarro de lo público y del dinero tiene una suerte
enorme en asuntos fiscales, financieros y judiciales. Sin embargo, el caso Fabra no es algo excepcional, sino una
gota más en la calma chicha de las aguas judiciales.
Otra gota más: en unas semanas se cumplirá un año de la hiperideologizada
sentencia de una Sala de lo Contencioso de Zaragoza sobre un recurso de la
asociación aragonesa MHUEL en relación con la presencia de símbolos
confesionales en los espacios públicos del Ayuntamiento de Zaragoza. No se
trata de que el Tribunal avalase o no la postura del alcalde Belloch sobre el asunto, sino de los
fundamentos, sesgadamente ideológicos, en que se basó la sentencia. El Derecho
y la aplicación de la ley no funcionan como la matemática, la lógica formal o
la metodología científica, pero en ningún caso deberían ser reflejo y aval del
poder establecido y de quienes realmente tienen la sartén por el mango en la
sociedad donde vivimos el resto de los mortales.
Algo similar tuvo lugar a finales de febrero cuando la Sala de lo
Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo rechazaba el recurso del doctor
Luis Montes y otros 39 trabajadores
del hospital “Severo Ochoa” de Leganés exigiendo una indemnización moral y
económica por daños y perjuicios a la Consejería de Sanidad y Consumo de la
Comunidad de Madrid, promotora institucional de la denuncia, al haberse
producido "no solo una sensación de enorme miedo, desconfianza y alarma
social en los ciudadanos sino también un daño en la dignidad, honor y buen
nombre" de los trabajadores.
Previamente, la Audiencia Provincial de Madrid había ratificado el
sobreseimiento y archivo de las actuaciones por las presuntas sedaciones
irregulares y posteriormente el Tribunal Superior de Justicia de Madrid había
desestimado la responsabilidad patrimonial de la Administración regional por
los daños y perjuicios causados por la actuación de las autoridades y personal
al servicio de la misma.
Suele simbolizarse la justicia como una mujer con los ojos vendados que
sostiene una balanza, pero a veces da la impresión de que ha dejado la venda a
un lado y que el fiel de la balanza no está siempre equilibrado. Partiendo de
que buena parte de los jueces y las sentencias se encaminan a hacer justicia
(en el mejor y pleno sentido del término), no deja de sorprender en algunos
casos la carencia de ecuanimidad, equilibrio y sensibilidad de algunos
tribunales. No tiene explicación, por ejemplo, que incluso el Tribunal Supremo
no haya valorado realmente el daño infligido en lo moral, lo profesional y lo
social a los cuarenta trabajadores sanitarios del Hospital “Severo Ochoa”, de
Leganés, legitimando, de hecho, indirectamente la persecución política e
institucional a unos ciudadanos.
El mundo del Derecho debería ser muy consciente de que en un país
democrático puede fallar el poder ejecutivo o el legislativo y proceder a su
renovación sin grandes traumas, pero el mal funcionamiento o el descrédito del
Poder Judicial puede acarrear gravísimos daños en el sistema y las reglas de convivencia que nos hemos otorgado.
Escribe Marx que las leyes y el poder judicial
de una nación forman parte de su superestructura: el conjunto de elementos e
instituciones jurídico-políticas e ideológicas, tales como el derecho, el
estado, las religiones,, etc., que están en función de los intereses de los
grupos e intereses dominantes en una sociedad. El mundo de las leyes y las
sentencias sería entonces un fiel reflejo y serviría de aval y justificación
del sistema económico y político imperante.
Muy bueno Antonio, el artículo del bandido Fabra, y el de hoy domingo. Bueno nada más. Este pais no es demócrata, solo es post franquista, pero de demócrata no tiene casi nada. La justicia no es iguel para todos. La ley Electoral es injunta perjudicando a IU, sobre todo , la ley de hipotecas que despues de perder la casa para el banco, hay que seguir pegando. que los multimillonarios no paguen a hacienda etc etc..... Salud y Repúblika.Peko.
ResponderEliminarGracias por existir, amigos Pekos
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