El artículo de mañana
Escribe Ryszard
Kapuściński que
un pueblo desprovisto de Estado salvaguarda su identidad en sus símbolos. Quizá
ese pueblo no tenga fronteras propias ni ejércitos para defenderlas, pero posee
unas cuantas señas de su idiosincrasia –sus símbolos-, y a ellos se aferra como
si de sus raíces más profundas se tratase. Repasa y transmite su propia
literatura, guarda sus libros y sus códices como si fuesen sus propios hijos, admira
con orgullo sus monumentos, habla su propia lengua con la conciencia de que
esos mismos sonidos han sido utilizados siglos atrás por sus ancestros para
comunicar sus ideas y sus emociones. El arte y la cultura de cada pueblo son signo
de su singularidad y en su folclore y sus costumbres resuena la historia misma
de muchas generaciones pasadas.
Un pueblo sin Estado carece de
ejércitos y armadas, aduanas e impuestos propios, y por eso mismo cuida sus
símbolos como si fueran la niña de sus ojos y enseña a sus hijos que el culto
al símbolo equivale al culto a la patria.
Por otro lado, el individuo
humano, así como los grupos que va conformando, tienden a buscar su identidad
en la diferencia con los que les rodean. Caen entonces en el error de esgrimir
su sello distintivo como un arma de defensa frente al vecino. Por lo mismo,
tienden a dominar al entorno e imponer su hegemonía, al ser igualmente una
constante la estúpida convicción de la superioridad de la propia idiosincrasia
sobre cualquier otro grupo o pueblo.
Algunos pueblos parecen haber querido
detener el tiempo cósmico para trazar una raya definitiva entre un pasado
remoto y la propia (siempre gloriosa) historia. Kapuściński llama a esta realidad el “Gran Ayer” que
ostentan muchos pueblos desde la asombrosa ficción de creer que finalmente la
historia se ha detenido para siempre, y que sus costumbres, creencias, epopeyas
e instituciones han adquirido el sello de la eternidad. Caen los imperios y las
lenguas, tabúes, conquistas, dioses, personas famosas o temibles, gastronomía,
y todo un torrente de lágrimas, abrazos y desvelos se pierden en la oscura
noche de los tiempos, pero pocas veces un pueblo tiene la lucidez suficiente para
comprender que la eternidad es una quimera.
Cada pueblo muestra su “Gran
Ayer” como si se fuese alguna suerte de historia sagrada. En casi todos los casos, acontecen allí hechos
magníficos en los que el pueblo respectivo se expandió por el mundo, regalando
su propia riqueza a otros pueblos que nunca se la habían pedido. Hoy esa
expansión resulta especialmente difícil, pues se produce mediante sofisticadas armas
y mastodónticas cantidades de dinero que se cuelan por los intersticios
anónimos y salvajes de Internet con el fin de estrangular a cuanto convenga en
propio beneficio.
Sin embargo, al individuo humano
y a los grupos que va conformando siempre les queda la posibilidad de
salvaguardar el mayor de sus tesoros: la libertad. La posible frustración de no
ver satisfecho el supuesto instinto de ampliar hacia afuera límites y fronteras
puede ser compensada con la más espléndida de las decisiones humanas; optar por
el sentido de la profundidad y, más allá
de cualquier hegemonía económica o militar, elegir la libertad como el
argumento más contundente de la propia dignidad. Ese compromiso por uno mismo
como animal capaz de optar por su libertad sobre todas las demás cosas, ese
movimiento hacia la profundidad en que se encuentra la propia dignidad,
constituyen el gran tesoro al que acude el ser humano que se siente al borde de
su propia perdición, al ver que el prepotente o el tirano de turno están
dispuestos a arrebatarle lo que solo a él pertenece,
Estos días asistimos a la reivindicación de esa libertad por parte de
muchos millones de personas pertenecientes en su mayoría al mundo árabe. Muchos
se peguntan en qué van a acabar finalmente estas revueltas, manifestaciones y
combates contra regímenes que los tenían explotados y maniatados. Otros se
sienten inquietos pues habían construido un mundo esclerotizado en el que no
cabía un musulmán demócrata o un musulmán que no fuese terrorista o
filoterrorista o un musulmán que no constituyese una amenaza contra los
sagrados principios patrios, pero la realidad les está mostrando que están
equivocados. Contra viento y marea, allí
siguen ellos y ellas, arriesgando incluso sus vidas por el derrocamiento de los
tiranos corruptos y por la honda sensación de ser libres. Mientras, seguro que
otros muchos nos preguntamos también qué estamos haciendo en Occidente
(supuestamente tan libre y tan democrático) con ese sentido de la profundidad
por el que el ser humano decide o no decide por su verdadera libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.