Dos
fantásticos artículos de Antonio Aramayona, un hombre que piensa y
que siente, y que lo expresa, además, muy bien.
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=655374 Rodin
y Rilke, ensimismados
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=653482 Superando
el duelo
Clarín
decía que había muchos sentimientos sin nombre. Somos más que nada nuestras
emociones, sin embargo, el lenguaje es muy parco a la hora de nombrar
la gran variedad de sensaciones, sentimientos, sutilezas
que experimentamos a lo largo de nuestra vida. Nos suelen educar, y
seguimos educando, por mimetismo muchas veces, en el terreno limitado de
lo material, lo funcional y lo práctico, en lo que se encuentra de la piel
hacia fuera, lo que perciben nuestros sentidos, sin atender al hecho de que son
nuestras cosas profundas las que más somos nosotros mismos y son las
emociones las que más modelan nuestra trayectoria en ésto que llamamos
existir.
Desde
niña me gustaba hablar de las "cosas profundas", o "cosas del
alma", pero percibía que eso no era lo habitual, que la gente, por lo
general, es muy dada a obviar el mundo de los sentimientos y de las cosas que
bullen en nuestro interior en forma de emociones y sensaciones de todo tipo.
Con lo cual, aprendí a refrenarme y a pensar en ellas y vivirlas en soledad, y
no compartirlas. Por eso es para mí un gran placer encontrarme con escritos
como los de Antonio. Quizás muchos de nosotros hemos vivido procesos de
este tipo limitando, por tanto, nuestras vivencias internas, nuestro
auto-conocimiento y nuestro compartir lo que somos con los otros.
Con
el tiempo, y tras ser consciente de cómo funciona el mundo realmente, me he
vuelto mucho más abierta e intento no poner resistencia a la expresión de ese
mundo de lo emocional tan encadenado por prejuicios, miedos, tabúes y
represiones. He ido aprendiendo que no estamos aquí para escondernos, ni
taparnos, ni defendernos de nadie ni nada. Quizás ese sí sea un pecado,
el vivir y no mostrarnos, vivir y no compartir con los demás lo que hay
dentro de nosotros, aunque reconozco que no es nada fácil, porque nos suelen
educar en la defensa, y no en el aprendizaje y el goce de la vida.
En
el mundo masculino quizás esa huida de lo emocional sea un tema más agudizado
que en el femenino. Como si de una debilidad se tratase, a las mujeres se nos
ha permitido un poco mostrar nuestras emociones, pero en los preceptos
ligados a lo masculino lo emocional ha estado prácticamente vetado. Y los
hombres crecían, más que las mujeres, con la idea irreal de que emociones y
sentimientos son cosas intrascendentes, banalidades e inventos "de
mujeres", mientras, quizás, bullían emociones que, como en una caja de Pandora,
no encontraban salida.
Creo
que uno de los más hermosos aprendizajes que puede llevar a cabo un ser humano
es el de conocerse, vivenciarse y compartir generosamente con los demás eso que
se es realmente. Alguien decía que no se puede amar a nadie sin llegar
hasta lo profundo de su corazón, eso que empieza donde termina nuestra piel,
porque, repito, éso es lo que más construye lo que somos. Y alguien me
dijo hace poco que lo más cercano a la perfección es experimentarse
profundamente a uno mismo. No se trata de ser perfectos sino, al contrario, de
asumir nuestras imperfecciones, nuestras grandezas y nuestras miserias, y
especialmente, asumir nuestras emociones. Todo forma parte de lo humano. Y lo
humano no es perfecto, pero es muy hermoso realmente.
En
fin, esta especie de introito viene a cuento de dos artículos del querido
amigo Antonio Aramayona en los que, sin prejuicios, se sumerge en ese
mundo de sentimientos humanos profundos que, confieso, me emociona. Quizás una
de las cosas más emocionantes que existan sea la de percibir a un ser humano
mostrando y compartiendo sus sentimientos, sus vibraciones del alma y
su verdad profunda.
Realmente
me emociona que alguien, especialmente si es un hombre, hable con sinceridad,
con sentimiento, con mirada profunda a la realidad, con esa grandeza del que
sabe que lo que sólo ven los ojos tiene importancia, pero no tanta; del que
sabe que el viaje más importante de la vida es ése que hacemos hacia las
instancias más profundas de nosotros mismos, y de las personas que nos importan
porque nos abren su corazón. En fin, cosas trascendentes en las que es
fácil encontrar la máxima grandeza de lo humano.
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