domingo, 20 de marzo de 2011

Otro regalo

Igualmente enviado por mi amiga Coral. Sin palabras, tiene que ser sin palabras como tú  me entendeses... (José Hierrro)



Dos fantásticos artículos de Antonio Aramayona, un hombre que piensa y que siente, y que lo expresa, además, muy bien.




Clarín decía que había muchos sentimientos sin nombre. Somos más que nada nuestras emociones, sin embargo, el lenguaje es muy parco a la hora de nombrar la gran variedad de sensaciones, sentimientos, sutilezas que experimentamos a lo largo de nuestra vida. Nos suelen educar, y seguimos educando, por mimetismo muchas veces, en el terreno limitado de lo material, lo funcional y lo práctico, en lo que se encuentra de la piel hacia fuera, lo que perciben nuestros sentidos, sin atender al hecho de que son nuestras cosas profundas las que más somos nosotros mismos y  son las emociones las que más modelan nuestra trayectoria en ésto que llamamos existir.

Desde niña me gustaba hablar de las "cosas profundas", o "cosas del alma", pero percibía que eso no era lo habitual, que la gente, por lo general, es muy dada a obviar el mundo de los sentimientos y de las cosas que bullen en nuestro interior en forma de emociones y sensaciones de todo tipo. Con lo cual, aprendí a refrenarme y a pensar en ellas y vivirlas en soledad, y no compartirlas. Por eso es para mí un gran placer encontrarme con escritos como los de Antonio. Quizás muchos de nosotros hemos vivido procesos de este tipo limitando, por tanto, nuestras vivencias internas, nuestro auto-conocimiento y nuestro compartir lo que somos con los otros.

Con el tiempo, y tras ser consciente de cómo funciona el mundo realmente, me he vuelto mucho más abierta e intento no poner resistencia a la expresión de ese mundo de lo emocional tan encadenado por prejuicios, miedos, tabúes y represiones. He ido aprendiendo  que no estamos aquí para escondernos, ni taparnos, ni defendernos de nadie ni nada. Quizás ese sí sea un pecado, el vivir y no mostrarnos, vivir y no compartir con los demás lo que hay dentro de nosotros, aunque reconozco que no es nada fácil, porque nos suelen educar en la defensa, y no en el aprendizaje y el goce de la vida.

En el mundo masculino quizás esa huida de lo emocional sea un tema más agudizado que en el femenino. Como si de una debilidad se tratase, a las mujeres se nos ha permitido un poco mostrar nuestras emociones, pero en los preceptos ligados a lo masculino lo emocional ha estado prácticamente vetado. Y los hombres crecían, más que las mujeres, con la idea irreal de que emociones y sentimientos son cosas intrascendentes, banalidades e inventos "de mujeres", mientras, quizás, bullían emociones que, como en una caja de Pandora, no encontraban salida.

Creo que uno de los más hermosos aprendizajes que puede llevar a cabo un ser humano es el de conocerse, vivenciarse y compartir generosamente con los demás eso que se es realmente. Alguien decía que no se puede amar a nadie sin llegar hasta lo profundo de su corazón, eso que empieza donde termina nuestra piel, porque, repito, éso es lo que más construye lo que somos.  Y alguien me dijo hace poco que lo más cercano a la perfección es experimentarse profundamente a uno mismo. No se trata de ser perfectos sino, al contrario, de asumir nuestras imperfecciones, nuestras grandezas y nuestras miserias, y especialmente, asumir nuestras emociones. Todo forma parte de lo humano. Y lo humano no es perfecto, pero es muy hermoso realmente.

En fin, esta especie de introito viene a cuento de dos artículos del querido amigo Antonio Aramayona en los que, sin prejuicios, se sumerge en ese mundo de sentimientos humanos profundos que, confieso, me emociona. Quizás una de las cosas más emocionantes que existan sea la de percibir a un ser humano mostrando y compartiendo sus sentimientos, sus vibraciones del alma y su verdad profunda.

Realmente me emociona que alguien, especialmente si es un hombre, hable con sinceridad, con sentimiento, con mirada profunda a la realidad, con esa grandeza del que sabe que lo que sólo ven los ojos tiene importancia, pero no tanta; del que sabe que el viaje más importante de la vida es ése que hacemos hacia las instancias más profundas de nosotros mismos, y de las personas que nos importan porque nos abren su corazón. En fin, cosas trascendentes en las que es fácil encontrar la máxima grandeza de lo humano.

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