Niños y niñas. Lo más hermoso y valioso del mundo. Algunos desaprensivos hacen de los niños pantomimas, los utilizan a su antojo.
No es raro leer que hay niños budistas, católios, musulmanes... Es decir, se trata de un abuso de niños. No hay niños budistas, católicos o musulmanes, como tampoco los hay marxistas, fascistas o anarquistas.
Pues aquí están, en procesión, jugando a ser devotos mayores. Primero fueron los condendos a muerte por herejía o brujería en ser vestidos de esa guisa. Después, unos frailes inventaron los penitenciarios y los disfrazaron también así. Tétrico, lúgubre, siniestro. Muerte, sangre, culpa, pecado, infierno.
Desfilan en la obscenidad del tambor que conduce a la muerte, inundando la calle de negrura y tinieblas. En la Ilustración hablaban del Siglo de las Luces, capaz de iluminar tanto oscurantismo. En la denominada "semana santa" se tapan, se ocultan, producen pavor.
Es el retorno a la superstición colectiva, es la involución instituida como fiesta turística y folclórica.
Unos se despedazan la espalda, otros arrastran cadenas, otros se desloman portando pesados ídolos pintados de arte (la "imaginería, que en América destruyeron por pagana, pero que aquí adoran...)
Desfila la Guardia Civil. La Legión culmina un acto histriónico con un Cristo de la muerte portado por los novios de la muerte.
Mi alcalde y otros muchos alcaldes se incluyen en calidad de tales en las procesiones (un cofrade, un posible voto...). Maquiavelo te diría al Príncipe que acudiera y asistiera también. No es mi alcalde. Siento vergüenza de y por mi alcalde.
Ruido, cirios, peinetas, sangre, sangre, sangre....
Y allí, en ese colegio de monjitas o de curitas esos niños y niñas juegan seriamente a ser tan devotos como sus papás y los amigos de sus papás.
¡Qué pena! ¡Cuánto abuso de niños!
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