sábado, 30 de abril de 2011

Regios trastornos hereditarios



Me he preguntado qué tienen los reyes y los príncipes, las reinas y las princesas, para embelesar (alienar) a la gente. Ayer se casaron dos (ella, ¡plebeya!) en Londres y fue la noticia del siglo, especialmente su beso real en el balcón del palacio. Mientras, iban cayendo en otro lado niños, adultos y ancianos como mosquitos y moscas de malaria y disentería, pero eso no importa. Mientras, la cifra de parados en España roza los cinco millones, pero eso no importa.
Adentrados en el siglo XXI, el discurso sobre la igualdad y la libertad recibe una pedorreta por parte del pueblo, enfrascado en la contemplación de la boda. ¿Igualdad? La sangre azul hace que la jefatura del Estado de no sé cuántos países siga en manos de unas cuantas familias con los cromosomas maltrechos y la línea de consanguinidad echando chispas. Si eres hijo o hija de…, eres rey o reina, y mandas y no trabajas y luces trajes y vestidos de marcas carísimas y viajas y no pegas golpe y haces como que haces algo. Eres el jefe del Estado, casi nada.
Antes era axioma eso de que el poder viene de dios, si bien nadie osaba decir que el poder de ese dios viene de la renuncia a poder algo por parte de sus adoradores. Clero y reyes y potentados y guerreros se unían para que todo estuviese en su sitio. Y para ello necesitaban a un rey. Ha habido muchos reyes: de copas, de oros, de espadas, de bastos. En España me esfuerzo por encontrar a alguno presentable.
Y encima los televisan.

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