Artículo publicado hoy en Andalán
http://www.andalan.es/?p=4386
Hemos
leído los “documentos secretos” filtrados por Wikileaks y publicados recientemente
en el diario El País sobre Guantánamo. Hemos comprobado por enésima vez que los
amos del imperio, los supuestos adalides de la democracia y de la libertad, los
presuntos garantes del imperio de la ley, mantienen una situación jurídica y
humanitaria propia de los regímenes totalitarios más execrables.
Hemos
visto asimismo que el país llamado Estados Unidos de América encierra en su
seno un sistema que buena parte de su ciudadanía seguramente rechaza, pero que
condiciona fuertemente la marcha de esa nación y el progreso del mundo. No se
trata solo de las tesis ultraconservadoras del denominado Tea Party, sino de
unas constantes económicas, militares e ideológicas (descritas hasta la
saciedad por Noam Chomsky) que conducen a un placentero oasis interior y a la
explotación económica y la agresión militar en el exterior, al pairo de los
intereses financieros y económicos de los grandes grupos de poder. Uno de los
últimos capítulos de este hediondo serial es Guantánamo: no se trata de cargar
las culpas solo sobre el histriónico Presidente George W, Bush, pues el icono
hace pocos años de la esperanza mundial, Barack Obama, demuestra igualmente que
tiene las manos atadas para, entre otras cosas, cerrar Guantánamo, tal como
prometió solemnemente durante su campaña presidencial.
Por
encima de Presidentes y voceros oficiales está el Gran Ente, que monta
impunemente y en su propio beneficio crisis economómicas a escala mundial, que
conllevan además un sustancioso recorte de derechos civiles, laborales y
sociales en nombre de unas leyes del mercado que precisamente condujeron al
desastre. Ese Gran Ente determina que un sistema de salud para todos los
ciudadanos estadounidenses atenta contra no sé qué libre competencia y que el
petróleo mundial es suyo, solo suyo y nada más que suyo. Por eso urde grandes
patrañas sobre armas de destrucción masiva o se autodeclara defensor de los
derechos humanos en los rincones perdidos del planeta que le interesan (el
resto le resuta indiferente).
La
última gran falacia viene disfrazada de terrorismo y seguridad. Escama bastante
que aún no haya habido un solo juicio sobre los supuestos atentados del 11-S.
Se han escrito miles de libros y artículos, se han editado documentales y
valoraciones técnicas de todo tipo, cuestionando en profundidad la versión
oficial de lo ocurrido aquel 11 de septiembre. De hecho, ni siquiera el
presunto cerebro del 11-S, Khalid Sheik Mohamed, ha sido
aún juzgado y, si hacemos caso al fiscal general, Eric Holder, no será juzgado
por un tribunal ordinario en suelo estadounidense, sino por una comisión
militar y por el procedimiento de un consejo de guerra.
Enfermos mentales, personas que
pasaban por allí, primos de un amigo de un talibán, portadores de un
determinado modelo de reloj Casio
o de un teléfono satélite o de un billete de 100 dólares, acaban siendo
hechos presos, interrogados, torturados, metidos en el agujero negro de
Guantánamo. Mientras, los interrogadores, los autores del Manual del
Interrogador, los patriotas del God bless America en general, se creen
instrumentos de la justicia, defensores de la civilización occidental, garantes
de que el diablo musulmán no vencerá.
Los casi 5.000 folios filtrados por Wikileaks relatan las
terribles condiciones de vida de los reclusos y el durísimo régimen
disciplinario al que están sometidos. Subrayar un libro de la bibioteca o
desconchar una pared es castigado duramente por atentar contra propiedades del
Estado. El sistema para interrogar y clasificar a los presos rivaliza con los
mejores manuales del nazionasocialismo germano. Los derechos humanos brillan
por su ausencia, pues Norteamérica ha creado un “limbo legal” (otro ejemplo más
del sarcasmo entronizado públicamente como expresión ambigua para no decir nada
y ocultar todo), cuando en realidad ha creado el infierno. Pues bien, la Casa Blanca reacciona únicamente
condenando la publicación de los documentos y aseverando que los datos
mostrados en Wikileaks no están actualizados.
Todo puede ser terrorismo,
cualquiera puede ser un terrorista, según los Manuales de Guantánamo. Y
finalmente, de tanto sobar la misma palabra según los intereses y a
conveniencia de parte, un hombre empieza a oler a terrorista por ser musulmán,
por ir a una mezquita, o por pensar/decir que el terrorismo de los terrorismos
se alimenta de las ubres del Pentágono, Wall Street y de quienes sufragan
generosamente a ciertos telepredicadores y a ciertas organizaciones ultras.
Nos lo venden como
seguridad, pero pocas veces ha estado el mundo más inseguro que con toda esta
seguridad de crisis económica cocinada en unos cuantos despachos y esas guerras
preventivas que hieden a mentiras podridas.
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