Publicado hoy en El Periódico de Aragón
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Veo a muchos de ellos hundidos de hombros, medio encorvados. Me he pasado
la vida diciéndoles que saber y aprender es una magnífica vía para ser más
humanos, mejores ciudadanos y profesionales. He intentado convencerles también
de que la senda del conocimiento
pueda llegar a ser una placentera forma de contribuir al bienestar personal y
del mundo. Sin embargo, ahora veo que muchos de ellos respiran con dificultad
mientras parecen caminar hacia ninguna parte con un pesado fardo a cuestas.
Se han preparado mucho más de lo que se les pedía, pero ahora los
proyectos se les han tornado callejones sin salida y su vida les parece
truncada sin haber recibido aún alguna explicación creíble. Se imaginaron
independientes, con ingresos suficientes para ganarse dignamente la vida, pero
ahora a duras penas soportan el dolor a causa del enorme peso que deben cargar
día y noche.
Algunos me han ido contando que han cursado una, dos y hasta tres
carreras, han hecho masters, cursos, han trabajado en empresas a cambio de casi
nada, salvo un papel que documente experiencia laboral, dominan varios idiomas,
han ido adonde se les ha pedido, han viajado a otros países donde ganarse la
vida. Salvo unos pocos, llevan ahora dentro mucha desilusión y amargura, pues
no tienen trabajo ni asoma en sus vidas la posibilidad de tener un trabajo
digno y decente.
El otro día leíamos que había descendido en 98.853 el número de
parados registrados en el mes de
junio. Este descenso apareció en algunos medios como “histórico” y como
“récord” en dieciséis años. Sin embargo, nadie parecía interesado en escarbar
sobre esa noticia y preguntar de qué tipo de contratos de trabajo se estaba
hablando, la duración media de los mismos, sus condiciones laborales y el
salario medio a percibir. Seguramente, la respuesta habría sido que la mayor
parte de esos puestos de trabajo son tan efímeros como el humo y a cambio de
salarios más que bajos.
El otro día vimos al Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, anunciando nuevos recortes sociales y nuevas subidas
de impuestos a costa de la clase
media y baja, y destinados a desinfectar suficientemente la banca española
hasta que esté en condiciones de pagar sus descomunales deudas con los bancos
extranjeros acreedores (principalmente, alemanes, franceses y británicos).
Sin embargo, las generaciones jóvenes españolas no son tontas y saben que
se trata de una estafa al pueblo, al que el Gobierno promete crecimiento
económico y creación de trabajo a largo plazo a cambio de cuantiosos
sacrificios a corto plazo. Médicos, personal sanitario, profesores, mineros,
padres y madres de familia, comerciantes, obreros, desempleados, funcionarios,
enfermos, dependientes, pobres en ciernes y pobres de solemnidad y un
larguísimo etcétera más de ciudadanas y ciudadanos están sufriendo un salvaje
expolio de sus derechos laborales y sociales, mientras observan que no se toca
a los ricos, a las grandes fortunas, a los propietarios y ejecutivos de las
grandes empresas que forman parte del Ibex 35. Ven asimismo que Rajoy tampoco
osa hablar de la iglesia católica (11.000 millones de euros anuales recibe de
los Presupuestos Generales del Estado) o del Ejército (7.153 millones de euros
recibió el año pasado el Ministerio de Defensa).
Rajoy tampoco mencionó a los estudiantes, graduados, doctores,
investigadores que ahora se encuentran en la precariedad o en la calle y sin
trabajo. En realidad, Rajoy no habló de otra cosa que no fuera congelar o
sustraer dinero al pueblo. Mientras, los mineros estaban en el madrileño Paseo de
la Castellana, culminando unas memorables jornadas de lucha y de reivindicación
de justicia y de trabajo. A Rajoy no se le ocurrió indicar dónde y cuándo
encontrar trabajo a todos esos jóvenes que han acabado sus estudios, ahora en
expectativa de cualquier cosa relacionada con su preparación profesional. Solo
les dijo que si estaban en el paro, iban a tener menor cobertura de desempleo
como acicate para seguir buscando trabajo con más brío.
Olvido también hablar de qué cambio de modelo de producción tenía en la
mente para su país, salvo hacerse camarero o puta en el Eurovegas de su colega Aguirre. El silencio de Rajoy cayó a plomo sobre las espaldas de esos
jóvenes, aumentando el peso de su tribulación y su cabreo. De niños les
contaban cuentos de Grimm y Andersen, ahora pretenden contarles
cuentos de Rajoy sobre investigación y desarrollo.
Mientras se preguntan qué tipo de jubilación les va a quedar con tanto
año no trabajado y no cotizado en aras exclusivamente del saneamiento de una
banca mendaz y tramposa, todos esos jóvenes van y vienen por las empresas
físicas y virtuales repartiendo currículos, por si finalmente les cae una
limosnita de un trabajo de cualquier cosa por setecientos euros mensuales
durante la friolera de un semestre o por un par de meses de temporada de
rebajas.
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