sábado, 14 de julio de 2012

Tempestades, por Ana Cuevas


Si una pandilla de desalmados pirómanos con licencia para gobernar riegan la superficie del país con cantidades ingentes de fuel, ¿qué creen que puede pasar?. España entera está en llamas. La intensidad del incendio ha ido fluctuando, sofocado en parte por la incredulidad y en parte por el miedo. La gente no acababa de creer lo que está ocurriendo. Muchos preferían permanecer agazapados, esperando a que escamparan los nubarrones apocalípticos. Otros optaban por no menearse demasiado, pasar inadvertidos y conservar lo poco que les quedara tras la quema. La cuestión es que nuestra vida se está convirtiendo en un chorro de fuego que no cesa. En una incineradora gigantesca donde se volatizan todos nuestros derechos y garantías sociales. En un páramo donde es imposible que prenda la esperanza. Y llegados a este punto sin retorno, los diques que contenían la indignación ciudadana también están saltando por los aires. Simultáneamente en varias ciudades españolas, miles de personas se reunen a las puertas de las sedes del partido gubernamental. Les impulsa una desesperación lacerante. Una ira que emerge de las cenizas a las que se ha reducido su futuro. Si al sufrimiento que se impone a nuestro pueblo le añadimos la infamia de la burla y el insulto vejatorio con el que nos regalan nuestros ejecutores, la reacción puede imprevisible. Quizás era la chispa que faltaba. Nos han anegado con la gasolina de los recortes sin mostrar el mínimo signo de compasión o empatía por los más desfavorecidos. Al contrario, se ceban con ellos. Y por si fuera poco, no esconden su desprecio. Puede que una revolución se esté fraguando. Que sea inevitable que toda la injusticia y el oprobio recibidos remuevan nuestra tibia sangre y se arme la marimorena. Ésta debería ser una lucha pacífica pero cuando se siembran vientos en una tierra en llamas....


Ana Cuevas

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