Leyendo hace ya muchos años un poema de
Pedro Salinas, mi espíritu quedó fijado en la idea de “vivir en los pronombres”
(yo, tú, nosotros…). La vida se nos oculta a veces detrás de grandes
sustantivos, adjetivos, adverbios…, todos ellos necesarios para estructurar
bien nuestra percepción de las cosas, pero que en ningún caso deberían
sustituir o empañar a los pronombres personales. ¿Qué miedo hay a mostrar el yo como es, anteponer el tú del
otro a cualquier otro elemento, por muy socialmente importante que fuera? ¿Hay
mejor combate a favor de los derechos y las libertades que el surgido de un
auténtico nosotros, más allá de los cargos, los títulos, las etiquetas?
Así lo escribe Salinas:
Para
vivir no quiero
islas,
palacios, torres,
¡Qué
alegría más alta: vivir en los pronombres!
Quítate
ya los trajes,
las
señas, los retratos;
yo
no te quiero así,
disfrazada
de otra,
hija
siempre de algo.
Te
quiero pura, libre,
irreductible:
tú.
Sé
que
cuando
te llame
entre
todas las gentes
del
mundo
sólo
tú serás tú.
Y cuando
me preguntes
quién
es el que te llama,
el
que te quiere suya,
enterraré
los nombres,
los
rótulos, la historia.
Iré
rompiendo todo
lo
que encima me echaron
desde
antes de nacer.
Y
vuelto ya al anónimo
eterno
del desnudo,
de
la piedra, del mundo,
te
diré:
"Yo
te quiero, soy yo".
Saint-Saens nos
ofrece la posibilidad de deslizarnos sobre el agua como un cisne y en compañía
de un hermoso cisme
Hasta mañana
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