PUBLICADO HOY EN LA REVISTA LA OCA LOCA
Hay personas que parecen plantear
su vida como si les fuese a durar siglos y siglos. Acumulan, planifican, se
preocupan, programan, hipotecan años y años de su existencia en aras de unos
hipotéticos planes finales de los que no tienen certeza alguna de alcanzar.
Hay personas, en cambio, que
parecen plantear su vida como si el tiempo fuese primordialmente un maldito
traidor que los va deteriorando y haciendo viejos. Cada arruga, cada cicatriz
del cuerpo o del alma es un pequeño drama, del que intentan huir a base de
cosméticos y cirugías externos y sobre todo
internos.
Hay personas que prefieren no
plantearse su vida por la cuenta que les trae, por si las moscas. Se ajustan
exactamente a la superficie variable de las olas, flotan, y se dejan llevar
simplemente por las agujas del reloj, el calendario y las obligaciones
cotidianas. Intentan tener la mente en vacío (aunque raramente lo consiguen),
pues lo que les viene a la cabeza suele inquietar o, al menos, produce tedio.
Cuando abren los ojos, perciben a sus pies los restos de decenas de sueños, sin
alas y sin vida.
Hay también personas que
consideran una pérdida de tiempo plantearse nada que no les sirva de inmediato
para algo. De tanto no mirar hacia dentro, se convierten en pura epidermis,
tersa, hermosa, admirada y admirable, aunque también insípida. Suelen
despreciar lo que no entienden, y reírse de cuanto les parece complicado. Si
alguna vez se les despierta por dentro algo de lo que antes existía en ellos,
quedan, beben, trabajan o simplemente zapean sin tregua delante del televisor.
Otras veces, lamentablemente son sus allegados quienes pagan los platos rotos.
Hay personas que súbitamente se
hallan inmersas en situaciones difíciles, donde la vida concede entonces pocos
armisticios. La realidad aparece entonces descarnada y la única posibilidad es
o huir hacia ninguna parte o quedar desnudo, en plena intemperie, con los
brazos, el corazón y los ojos muy abiertos al vaivén de la incertidumbre.
No obstante, en realidad, por
debajo de las diferencias y como común denominador, también es cierto que todos
tenemos necesidades y aspiraciones similares. En cierto modo, somos como
hormigas en busca incesante de su propia identidad y de encontrar su propio rincón
dentro de un hormiguero habitado por millones y millones de hormigas.
Ciertamente, todos somos muy parecidos, pero a la vez anhelamos también una
mirada especial por parte de otros seres que consideramos y nos consideran
especiales.
Si nos detuviéramos unos segundos
para descubrir con sosiego en qué consiste realmente lo más valioso, lo que
verdaderamente merece la pena, en nuestras manos quedaría depositado un
minúsculo mensaje donde habría una respuesta bastante sensata: el instante. No
podemos hacer regresar un solo segundo de nuestro pasado, tampoco podemos
adelantar una sola anécdota de un futuro desconocido e incontrolable. Nos
queda, sin embargo, el inmenso e inagotable tesoro del instante, del latido del
corazón de cada momento, de la bocanada de aire que está penetrando en nuestros
pulmones, de ese sonido que en estos segundos perciben nuestros oídos, de esta
imagen concreta que ahora perciben nuestros ojos, de la persona que está a
nuestro lado, de los objetos que pueden rozar ahora nuestros dedos. Cada
instante es un cúmulo de millones de cosas maravillosas que podemos aprovechar
y asimilar o que podemos desechar o dejar pasar desapercibidas.
A menudo creemos que la vida
consiste en grandes proyectos, conseguidos tras muchos años de esfuerzo y trabajo,
durante los que hipotecamos lo que sea para hacerlos realidad. Aun valorando en
lo posible esta perspectiva, corremos así el riesgo de pasar por la vida sin
atender sus colores, sus sabores, sus sonidos: es decir, sin instantes, sin
cada uno de los momentos presentes que componen el tiempo y la vida, llenos de matices, sorpresas y emociones,
dolor y ternura, pasión y quietud.
Ciertamente, el ser humano ha de
planificar y recordar, proyectar y aprovechar las experiencias habidas, para
poder llegar a ser una persona cabal dentro del entorno sociocultural concreto
donde le ha tocado existir. Sin embargo, ha de poner también empeño en no
echarse a perder como humano al ir echando a perder cada uno de esos instantes
de los que consta su vida.
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