Comienza
el curso escolar y a miles de familias les surge un nuevo grano purulento en
salva sea la parte. “El gasto en libros es la muerte, mi hijo en
1º de Primaria lleva este año 7 libros… Le he tenido que comprar una
mochila más grande que él”, me escribe una buena amiga. En efecto, me topo en
unos grandes almacenes con toda una sección especializada en uniformes de
colegios privados y libros de texto, previo encargo. Las colas de gente son
enormes. Asimismo, de una librería céntrica en una avenida principal sale una
fila de decenas de metros de padres y madres que esperan en la calle poder
entrar para adquirir los libros de texto y el material escolar para sus hijas e
hijos. En fin, el negocio del siglo para unos y la ruina para otros.
Viene a mi mente entonces el artículo
27.4 de la Constitución Española: “La enseñanza básica es obligatoria y gratuita”, a
la vez que leo que un tercio de las familias españolas se ven incapaces de
afrontar los gastos que supone la vuelta al colegio de sus hijos. ¿Gratuita?
¿Por qué no formar democráticamente una comisión de
expertos en educación y pedagogía, así como en las diversas materias y
contenidos de cada etapa y curso educativo, para que confeccionen unos libros y
cuadernos de ejercicios virtuales, colgados en Internet, gratuitos, a plena
disposición de los docentes, las familias y el alumnado? En tal caso, las
editoriales de libros de texto, en su mayor parte propiedad de congregaciones
religiosas católicas (SM, Edebé, Edelvives, Bruño…), además de Santillana,
propiedad del grupo PRISA, pondrían
entonces el grito en el cielo, apelando a la consabida libertad de mercado
empresarial y denunciando el populismo comunistoide del Gobierno que hubiera
decidido tal medida, aliviadora del bolsillo y las preocupaciones de muchas
familias españolas.
España parece a veces un país cainita, dividido en
dos, tres o mil partes irreconciliables, incapaz de tener una ley de educación
independiente, como ocurre en buena parte de los países de la UE, de los
gobiernos de turno y de los grupos de presión económicos e ideológicos.
Francisco de Goya nos dejó un doloroso cuadro, Duelo a garrotazos, donde dos
hombres, enterrados hasta las rodillas, con garrotes en su mano derecha, pelean
a bastonazos en un páramo desolador, al alba. Casi siempre, la educación
española se ha visto sometida lamentablemente a un perpetuo duelo de
garrotazos. Fernando VII abole la Constitución de Cádiz y deja la educación en
manos de la Iglesia Católica... Carlos III expulsa a los jesuitas y les
arrebata sus centros de enseñanza... Y así, salvo en el caso de que una
dictadura imponga a beneficio propio una determinada ley de enseñanza, hasta
nuestros días. Duelo a garrotazos, sí. LOGSE y anti LOGSE, LOE versus LOMCE.
¿Para cuándo una ley de educación de todos y para todos, aceptada, asumida y confeccionada por todos, con la
contribución y consenso también de los partidos políticos? ¿Para cuando el
saber fundamentado, la razón y la ciencia en lugar del garrote?
En un centro de enseñanza caben todos los saberes y
los conocimientos científicos, pero no las creencias, que tienen sus propios
ámbitos donde ser libremente impartidas y aprendidas por quien opte por ellas.
¿Puede haber una ley de educación tocante a todos esos conocimientos y procesos
de aprendizaje, dejando aparte (lo que no significa negando) los contenidos de
carácter puramente ideológicos?
España
no tiene por qué estar sumida en la cultura del garrotazo. No debe convertir en
polémica (palabra proveniente del griego polemós: guerra, contienda) asuntos
tan etéreos como silbar o no silbar a un jugador de fútbol catalán, Piqué, por
haber justificado los silbidos a un himno, haber participado en una
manifestación o reivindicado una consulta popular. De hecho, no es raro que una
tertulia televisiva o los comentarios a muchos artículos estén hechos a
garrotazo limpio.
Comienza
el curso escolar sin una verdadera ley de educación, sin haber reflexionado
siquiera en qué consiste una auténtica y genuina educación que propicie la
existencia de personas ciudadanas libres, críticas, autónomas, responsables,
solidarias e inmensamente inquietas por el mundo y la vida. La semana pasada un
profeflauta motorizado presenció como pasaba por delante de él un hombre diciendo:
“A ver cuándo te matan de una vez”. Aquel profeflauta sintió seguramente un
fuerte garrotazo en sus costillas.
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