Si me permite
un consejo, en primer lugar usted debe apagar la tele, la radio, el móvil y la
tableta, quitar las pilas a todo medio de comunicación que tenga en casa, no
hojear un periódico –aunque sea deportivo- en la cafetería o en el bar, por muy
aburrido que se encuentre. Deje transcurrir así veinticuatro horas y compruebe
el torrente de bienestar que se ha regalado a sí mismo simplemente sabiendo que
no sabe nada, ni falta que le ha hecho. Después, vuelva a conectar los aparatos
que usted guste. Allá usted.
Cuando disponga
de un par de horas, siéntese a la mesa de su escritorio o del comedor o de la
cocina, prepárese un buen café y tenga a mano papel y lápiz. Después escriba:
“Quiero votar” y al lado “No quiero votar”. Tómese tiempo, no hay prisa, es el to
be or not to be de ese momento. Seguramente, usted encontrará mil razones para
inclinarse por el Quiero o el No quiero. Pugnarán entre sí su cerebro, sus
tripas, su corazón y el resto de sus vísceras. Se librará una dura batalla
entre algunas personas y personajes actuales coherentes o vergonzantes y los
miles de personas que dieron sus vidas y su bienestar por que algún día
existiese el derecho a votar en España. No puede levantarse de esa mesa
mientras no haya tachado una de las dos opciones y se haya quedado con la otra:
Quiero votar – No quiero votar.
Si se ha
decidido por No quiero votar, ahora sí, levántese de la mesa, dese un paseo si
lo desea, pues como dice el refrán “muerto el perro, se acabó la rabia”. Pero si
ha optado por votar y no está muy cansado, deberá seguir utilizando ese papel y
ese lápiz que aún están delante de usted. Escriba a continuación la lista de
los principales partidos que se presentan a las urnas. Respire hondo, deje a un
lado toda la inquina que ha ido almacenando durante estos meses pasados. Tras
ese esfuerzo por alcanzar una cierta armonía con el universo y con su entorno
(a este respecto le habría venido bien la lectura meditada previa del
pensamiento filosófico de Schleiermacher), vaya tachando, uno por uno, aquellos
partidos políticos que ni de coña estaría dispuesto a votar, comenzando por el
que más rechazo le provoca, y así sucesivamente, hasta quedarse con uno.
Llegado a este
punto, observará que el grupo político que usted ha dejado sin tachar quizá no
se le aparezca como la mejor candidatura electoral, sino como la menos mala.
Tendrá ante sus ojos la realidad dura y nuda del mal menor. Así de real, así de
saturnino. Podrá acudir como consuelo a Sigmund Freud y su principio de
realidad o –si es creyente religioso- a alguna jaculatoria lenitiva, pero hay
lo que hay y la cosa es como es.
Si usted milita
en algún partido político, todo lo dicho hasta ahora está de más: sin lugar a
dudas, usted votará a los suyos, y punto pelota. Si no lo es, probablemente le
vendrá bien adoptar este método propuesto para no votar o votar, y en cualquier
a de ambos casos no morir en el intento. Más aún, si a usted se le ha pasado
por la cabeza que padece el infortunio de no saber decidir con prontitud y
firmeza en comparación con los antedichos militantes y voceros de las campañas
electorales, recuerde siempre aquel chistecillo que hace una ristra de años me
contó mi hija al salir del colegio: “Había un hombre con una cabeza tan
pequeña, tan pequeña, tan pequeña que no le cabía la menor duda”.
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