De vuelta en
Zaragoza, conservo la huella, aún tan
viva, de tantos buenos momentos en Madrid, comenzando por Daniel y sus papás,
Pilar y Javier. Es maravilloso ver el avance continuo en el desarrollo de un
niño, a todos los niveles. Tengo ya pinchados en el tablón de corcho de mi
cuarto dos dibujos de Daniel (“La tormenta” y “Plátano pelado”) que contemplo como
un tesoro. Begoña ha estado también dando como siempre sombra, cobijo y calorcito a su
padre. ¡Qué bien!
He podido constatar
en estos tres días también el imparable deterioro de mi organismo y la merma de
mis facultades físicas. Alea jacta est.
Al llegar a
Zaragoza, he tenido la grata sorpresa de que me estaba esperando en la Estación
el mismísimo Federico Engels (le tomo el pelo de vez en cuando llamándolo
Ángeles, que es lo que significa su apellido en castellano; por cierto, cuando
nos dimos, al llegar, un abrazo, su barba volvió a parecerme una suave manta de
abuelita que hace calceta en su mecedora). Por un lado, estaba contento con la
confluencia electoral entre IU, Podemos, Equo… (personalmente, ya he decidido
mi voto: tienen mi voto, si no hacen
tonterías al final), pero también preocupado por el golpe de Estado blando que
está sufriendo Dilma Roussef en Brasil, como anteriormente lo padeció Lula da
Silva, con el Gobierno ahora en manos de partidos y organizaciones
inveteradamente corruptos y cargados de demagogia ambigua. Me estuvo contando también
el lacerante goteo de personas que sucumben a la violencia de género en España.
Antes de subir al taxi adaptado, Federico y yo cantamos La Internacional,
contentos y orgullosos de que la derecha reaccionaria en Españistán vuelva a
utilizar el argumento de que su Españistán puede ir a la ruina si gobiernan los
radicales/extremistas/comunistas/marxistas/castristas/bolivarianos condensados
ahora en IU/Podemos.
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