Esta noche he soñado que entraba a un cine de barrio
para ver una película que deseaba ver desde hacía tiempo, pero era tal la
algarabía dentro de la sala de gente chica y menos chica gritando, más el
sonido de la propia peli que funcionaba muy mal, que he ido a reclamar y a que
me devolvieran al menos el importe de la entrada y en la taquilla se han
limitado a darme el DVD de la película. The end.
Como no tengo a mano ningún psicoanalista, me quedo
en la superficie de ese sueño: la algarabía, la distorsión del sonido, la
imposibilidad de escuchar, tranquilamente, en silencio. Padezco, como tantas
otras personas, la algarabía de los noticiarios, las finales de la Champions,
los papeles de Panamá, Sálvame de Luxe, la acorazada mediática… Echo en falta
el silencio. Valoro cada vez más la conversación amigable con una persona que
quiere escuchar y ser escuchada.
Cuando entraba en un aula para iniciar alguna clase
de filosofía o de ética, buena parte del alumnado estaba hablando entre
ellos/as, a menudo con un elevado nivel de decibelios. Yo me limitaba a
sentarme sobre la mesa del profesor (siempre adoptaba esa postura) y mirarlos.
Poco a poco, entre ellos/as, se iban dando cuenta de que debían callar y
guardar silencio. Nunca les mandaba callar. Entonces empezábamos. Objetivo
conseguido: había silencio porque así lo habían decidido, no porque el profesor
les hubiese mandado callar. Había llegado el momento de hablar, de compartir,
de debatir, pero desde el respeto y el orden que se habían autootorgado. Era el
silencio fecundo, pleno del vivir y del con-vivir que nos puede enriquecer cada
segundo.
Cuánto he necesitado silencio, cuánto. Cada mañana,
buscando el equilibrio adentrándome en mí mismo, generalmente escuchando el
quinto movimiento de la Sexta Sinfonía de Beethoven (emoción asegurada pasados unos segundos de sus primeros cuatro
minutos). Un silencio que capacita para caminar serenamente después en las
sendas del mundo y de la vida. El
silencio…
Compañero fiel de horas profundas, de emociones y
sacudidas, que cubre con su manto el temblor tenue del tiempo…
Silencio sereno, roto, neto, inalterable, enjuto, que
a veces intenta cantar una nana y adormecer los bramidos del alma.
Silencio del beso, del libro, del amigo, del que se
fue, del que se va, del que se irá, de la maravilla de ver al hijo que vuela
solo, de tantos… de tantos…
En silencio puedo devolver las cosas a su esencia
cristalina, invito a los míos a cimas prohibidas, donde el viento susurra profecías,
donde la tierra es fuego y el agua es aire…
En silencio nacemos y después anunciamos la venida a
la vida con un llanto que libera nuestros pulmones. En silencio nos iremos.
Ojala, también con una sonrisa. Qué maravilla que lo último que veamos sea una
sonrisa y una mirada silenciosas.
A los 200 días de estar junto al portal de
la Consejera de Educación del Gobierno de Aragón, monté esto con el quinto
movimiento de la Quinta:
El silencio es Salud.
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