Publicado en ATTAC España hoy
Desde niños nos llevan a la escuela a aprender miles de datos y
materias diversas. Desde niños nos insisten en seguir unas pautas
mentales y de comportamiento sancionadas por la sociedad, dentro de las
cuales evitamos problemas y complicaciones. Desde niños se produce un
trasvase directo entre el inconsciente colectivo de una comunidad y el
inconsciente personal de cada individuo. Como producto de este trasvase,
se inoculan ideas, normas y costumbres que finalmente cristalizan en
realidades intocables, casi sagradas. Pocas de ellas se explicitan
abiertamente y todas ellas quedan grabadas en muchas personas de por
vida. Por ejemplo, la idea de orden, de obediencia a la autoridad y de
respeto a la propiedad.
Cayetana Fitz-James Stuart, XVIII duquesa de Alba, se casa. Se casa
por tercera vez una de las fortunas más grandes de España, con sus
numerosos palacios, propiedades territoriales e inmobiliarias,
colecciones de arte, sociedades y participaciones bursátiles. Solo en
tierras posee unas 34.000 hectáreas y, según el libro Guinness de los
récords, posee más títulos que ningún otro noble en el mundo. Su gran
mérito es haber nacido en una familia multimillonaria, producto de los
señoríos jurisdiccionales o donaciones hechas por los monarcas a nobles y
clérigos como pago o recompensa por los servicios prestados, que la
Casa de Alba conservó bajo su propiedad tras la supresión de los mismos
en 1812.
Durante un tiempo no pocos sostuvimos que era necesario poner en tela
de juicio el concepto y el hecho mismo de la propiedad privada, e
incluso exigir la socialización de los medios de producción. Hoy, sin
embargo, cualquier acercamiento a tales posiciones es condenado a priori
al averno de los errores marxistas-comunistas y descalificado como una
antigualla. En el inconsciente colectivo ha calado profundamente la idea
de que la única vía de salida de la crisis y conducente al progreso es
el liberalismo y el neoliberalismo rampantes en nuestras calles y
nuestros medios de comunicación. Y en los libros de texto y en las aulas
de enseñanza no suele decirse otra cosa al respecto.
Hemos llegado a tal punto en esa perversión de las ideas y del
lenguaje que ahora parece preocupar principalmente el vestido que va a
llevar una anciana en su boda y cuántos invitados habrá en la ceremonia.
Hoy buena parte de los medios está en manos de grandes fortunas, por
eso la boda de Cayetana Fitz-James Stuart, XVIII duquesa de Alba de
Tormes, será noticia de primer orden en prensa y televisión, mientras
los jóvenes de este país pueden aspirar ya solo a ir enlazando un año
tras otro un contrato de trabajo precario, a condición de estar quietos y
callados.
En la Grecia clásica, noble era quien poseía la areté, es decir, la
forma de ser y de obrar que se regía y tendía siempre hacia alguna
virtud buena y justa. Noble era el cultivado en la verdad, la justicia,
la honradez, la sabiduría, la amistad o cualquier otra virtud.
Considerando que había incluso personas excelentes en esa búsqueda y
cultivo de la virtud (los aristoi), Platón y Aristóteles prefieren que
en las ciudades gobiernen los aristócratas, es decir, las personas
excelentes y modélicas en el ejercicio del bien y la justicia. Sin
embargo, el inconsciente colectivo ha olvidado dónde hunde sus raíces el
ser humano, qué aspiraciones y valores lo han hecho humano o la
necesidad de liberarse de cualquier conato de enajenación de sí mismo,
de la naturaleza y de sus energías y potencialidades.
Cayetana Fitz-James Stuart, XVIII duquesa de Alba de Tormes, se casa,
y me gustaría celebrarlo confiscando todos los bienes que ella y sus
herederos no necesiten para una subsistencia digna y suficiente. Más
aún, quisiera abolir cualquier derecho de sucesión, pero como sé que la
gente de orden, ciertos profesionales de las leyes y los amantes de las
tradiciones pondrían el grito en el cielo, me resta al menos cuestionar
el origen y la legitimidad de tales posesiones y propiedades, así como
poner en duda la compatibilidad de las grandes fortunas del mundo con la
realización efectiva de los derechos humanos. De paso, podríamos
preguntarnos con qué derecho los monarcas han regalado lo que no es suyo
y, más aún, qué derecho les asiste a ellos mismos para ocupar la
Jefatura de un Estado, vivir a costa del pueblo y hacer que sus
herederos, por el hecho de ser sus descendientes, reciban mágicamente
los mismos privilegios.
La gente de orden quiere imponernos su orden, que en no pocos casos
nada tiene que ver con el orden que muchos quieren. Por lo mismo, las
denominadas “fuerzas del orden” refuerzan el orden de una minoría
conducente al desorden económico y social de una inmensa mayoría e
incluso al hambre y la miseria de un tercio de la población mundial. En
el inconsciente de un niño o un adolescente el imperativo “hay que ser
ordenado” va siendo asociado a la imposición del orden por parte del
maestro del policía o del familiar, o al rechazo de cualquier actitud
crítica del orden establecido, considerada en el inconsciente colectivo
como subversiva e indeseable.
Asimismo, la obediencia suplanta en la mente de un niño a la
conveniencia de aceptar unas reglas comunes, asumidas e interiorizadas
personal y críticamente, para una mejor convivencia. El tradicional
“artículo 33” o la tan usual frase “porque lo digo yo” parece regir las
vidas de muchos niños y adolescentes y permanecer en el ser humano hasta
el final de su existencia, lo cual implica acatar obedientemente
(=pasivamente) las órdenes provenientes “de arriba” con el objetivo de
evitarse así problemas.
En la escuela no se forman ciudadanos, sino súbditos. En el trabajo
se quiere empleados que cumplan sin rechistar las líneas marcadas. En
muchos hogares se espera hijos ejemplares, que se ajusten en lo posible a
las expectativas de sus progenitores. Una persona crítica suele ser
para muchos una persona molesta. Que un millón de norteamericanos se
hayan quedado unos minutos sin luz a causa de un huracán constituye un
drama social que aparece en todos los telediarios y medios de
comunicación. Sin embargo, ni se menciona que cientos de millones de
seres humanos carecen de agua potable, energía, alimentación y unos
mínimos servicios sociales. El inconsciente colectivo es así y transmite
a los inconscientes personales que una devastadora hambruna es solo una
“emergencia alimentaria” que se palía enviando un sms y que el origen
de todos los males radica en que los países ricos no destinen al mundo
subdesarrollado el 0,7% de su PIB.
La anciana se casa, decenas de miles mueren cada día de roña y de
hambre y estamos de enhorabuena: el fútbol español se ha dejado de
huelgas y ahora podemos ver siete u ocho partidos de fútbol en nuestro
televisor cada fin de semana.
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