Publicado hoy en El Periódico de Aragón
El miércoles pasado se celebró una
manifestación laica en Madrid, convocada por Europa Laica y más de 150
asociaciones y entidades, a la que tuve el gusto y el honor de asistir. No
buscaba con ello ir contra nada ni contra nadie, sino poner de manifiesto que
muchos aspiramos a vivir en un país de ciudadanos que ejercen sus derechos en
libertad e igualdad de condiciones, y sin privilegios. No se trataba de una
manifestación antipapa por mucho que se empeñara determinada facción política y
mediática. Asimismo, no pude menos que sonreír con una mezcla de cabreo y
amargura al leer que el portavoz de los jerarcas católicos hispanos, Martínez Camino, tachaba de parásitos y
aprovechados a los manifestantes, pues no hay mayor parásito que quien recibe
gratuitamente, entre otras cosas, más de diez mil millones de euros anuales del
dinero de todos los españoles.
Asimismo, aspiro a que todas las personas
y organizaciones de mi país y del mundo puedan celebrar libremente lo que
quieran, siempre que cuenten con la debida autorización y siempre que se lo
paguen. De hecho, observé bastante respeto por las calles y plazas madrileñas
al paso de aquellos jóvenes católicos uniformados con las gorras, mochilas y
camisetas que costeamos entre todos.
Sin embargo, las cosas no siempre fueron
tan bonitas ni tan sencillas. Los “peregrinos” tenían plena libertad para
circular por una plaza tan emblemática como la de Sol, pero el 17 de agosto los
“laicos” fueron echados de allí por la policía a palos. A unos se les invita a
retirarse y a otros se les desaloja violentamente. Unos pueden entonar sin
problemas sus cánticos y lemas, pero los laicos provocan por el simple hecho de
manifestarse en un recorrido aprobado por la delegación del Gobierno. Unos
hacen ostentación de su adscripción confesional y otros agreden.
En realidad, no se trata de fe o no fe,
sino de poder: la religión es aquietante para el poder y suministra votos de
orden. Vergüenza sentí al escuchar solo el “profundísimo respeto” de Rubalcaba, “el Gobierno hace lo que
debe hacer” de Jáuregui, “es muy
bueno para todos” de Blanco (no hago
mención del PP, pues no engañan a nadie en el plano confesional). Sin embargo, el laicismo resulta inquietante
al poder.
El laicismo es un paso adelante en el
camino de los valores de la Ilustración y del librepensamiento . Busca y
propone unas reglas comunes de convivencia, por encima de cualquier instancia
privada. Por eso no lo entiende, no lo quiere entender, el mundo católico
institucional, al igual que no termina de comprenderlo una parte de los que se
le oponen. Por eso también es precisa una labor de pedagogía, de toma de
conciencia de esas bases comunes de convivencia. No me gustan los 75 millones
para financiar el viaje de Ratzinger
ni el Concordato entre el Estado y el Vaticano ni ver a Belloch y al Ayuntamiento zaragozano metidos en misas y procesiones
confesionales ni al Jefe del Estado, a Zapatero
y a representantes de las más altas instituciones del Estado agasajando a Ratzinger.
No me gustan los planteamientos homófobos, misóginos y maniqueos de la SICAR
(santa iglesia católica apostólica romana). Pero tampoco me gusta, por razones
muy parecidas, que en una manifestación haya descerebrados que quieran ver
colgado de un pino a alguien, exclusivamente anticlericales e ignorantes de lo
que verdaderamente es el laicismo.
He ido a esa manifestación porque estoy
seguro de que otro mundo es posible, un mundo de derechos y libertades en plena
igualdad de condiciones, sin prebendas ni privilegios, con el común denominador
de los derechos humanos (Carta que, por cierto, sigue sin estar firmada por la
Iglesia Católica).
No es otra cosa lo que Kant propone en un famoso texto que me
atrevo a parafrasear y en el que cambio únicamente “ilustración” por
“laicismo”: El laicismo es la salida del
hombre de su minoría de edad; es decir, de la incapacidad de pensar y vivir por
sí mismo, sin la dirección y la conducción de otro. Hora es ya de ponerse en
camino hacia la libertad, rechazando el yugo de la minoría de edad, y
promoviendo la vocación que todo hombre tiene de pensar y vivir por sí mismo.
Aunque el banquero diga “no pienses y paga”; el sacerdote: “no razones, ten
fe”; el poderoso: “razona sobre lo que quieras, pero obedece”, hay que cuidar y
fomentar esa disposición al libre pensamiento que vaya calando en el sentir del
pueblo e incluso en los principios del gobierno, que ha de tener por provechoso
tratar al hombre conforme a su dignidad.
En
esto, ni más ni menos, consiste el laicismo. No hay verdadera democracia sin un
Estado laico y aconfesional.
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