miércoles, 24 de agosto de 2011

Yo estuve en la manifestación laica


Publicado hoy en El Periódico de Aragón
El miércoles pasado se celebró una manifestación laica en Madrid, convocada por Europa Laica y más de 150 asociaciones y entidades, a la que tuve el gusto y el honor de asistir. No buscaba con ello ir contra nada ni contra nadie, sino poner de manifiesto que muchos aspiramos a vivir en un país de ciudadanos que ejercen sus derechos en libertad e igualdad de condiciones, y sin privilegios. No se trataba de una manifestación antipapa por mucho que se empeñara determinada facción política y mediática. Asimismo, no pude menos que sonreír con una mezcla de cabreo y amargura al leer que el portavoz de los jerarcas católicos hispanos, Martínez Camino, tachaba de parásitos y aprovechados a los manifestantes, pues no hay mayor parásito que quien recibe gratuitamente, entre otras cosas, más de diez mil millones de euros anuales del dinero de todos los españoles.
Asimismo, aspiro a que todas las personas y organizaciones de mi país y del mundo puedan celebrar libremente lo que quieran, siempre que cuenten con la debida autorización y siempre que se lo paguen. De hecho, observé bastante respeto por las calles y plazas madrileñas al paso de aquellos jóvenes católicos uniformados con las gorras, mochilas y camisetas que costeamos entre todos.
Sin embargo, las cosas no siempre fueron tan bonitas ni tan sencillas. Los “peregrinos” tenían plena libertad para circular por una plaza tan emblemática como la de Sol, pero el 17 de agosto los “laicos” fueron echados de allí por la policía a palos. A unos se les invita a retirarse y a otros se les desaloja violentamente. Unos pueden entonar sin problemas sus cánticos y lemas, pero los laicos provocan por el simple hecho de manifestarse en un recorrido aprobado por la delegación del Gobierno. Unos hacen ostentación de su adscripción confesional y otros agreden.
En realidad, no se trata de fe o no fe, sino de poder: la religión es aquietante para el poder y suministra votos de orden. Vergüenza sentí al escuchar solo el “profundísimo respeto” de Rubalcaba, “el Gobierno hace lo que debe hacer” de Jáuregui, “es muy bueno para todos” de Blanco (no hago mención del PP, pues no engañan a nadie en el plano confesional).  Sin embargo, el laicismo resulta inquietante al poder.
El laicismo es un paso adelante en el camino de los valores de la Ilustración y del librepensamiento . Busca y propone unas reglas comunes de convivencia, por encima de cualquier instancia privada. Por eso no lo entiende, no lo quiere entender, el mundo católico institucional, al igual que no termina de comprenderlo una parte de los que se le oponen. Por eso también es precisa una labor de pedagogía, de toma de conciencia de esas bases comunes de convivencia. No me gustan los 75 millones para financiar el viaje de Ratzinger ni el Concordato entre el Estado y el Vaticano ni ver a Belloch y al Ayuntamiento zaragozano metidos en misas y procesiones confesionales ni al Jefe del Estado, a Zapatero y a representantes de las más altas instituciones del Estado agasajando a Ratzinger. No me gustan los planteamientos homófobos, misóginos y maniqueos de la SICAR (santa iglesia católica apostólica romana). Pero tampoco me gusta, por razones muy parecidas, que en una manifestación haya descerebrados que quieran ver colgado de un pino a alguien, exclusivamente anticlericales e ignorantes de lo que verdaderamente es el laicismo.
He ido a esa manifestación porque estoy seguro de que otro mundo es posible, un mundo de derechos y libertades en plena igualdad de condiciones, sin prebendas ni privilegios, con el común denominador de los derechos humanos (Carta que, por cierto, sigue sin estar firmada por la Iglesia Católica).
No es otra cosa lo que Kant propone en un famoso texto que me atrevo a parafrasear y en el que cambio únicamente “ilustración” por “laicismo”: El laicismo es la salida del hombre de su minoría de edad; es decir, de la incapacidad de pensar y vivir por sí mismo, sin la dirección y la conducción de otro. Hora es ya de ponerse en camino hacia la libertad, rechazando el yugo de la minoría de edad, y promoviendo la vocación que todo hombre tiene de pensar y vivir por sí mismo. Aunque el banquero diga “no pienses y paga”; el sacerdote: “no razones, ten fe”; el poderoso: “razona sobre lo que quieras, pero obedece”, hay que cuidar y fomentar esa disposición al libre pensamiento que vaya calando en el sentir del pueblo e incluso en los principios del gobierno, que ha de tener por provechoso tratar al hombre conforme a su dignidad.
En esto, ni más ni menos, consiste el laicismo. No hay verdadera democracia sin un Estado laico y aconfesional.

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