martes, 30 de agosto de 2011

Perderse para encontrarse


Desde hace tiempo, cada vez que alguien pide mi parecer acerca de ciertos problemas (fracaso escolar, educación de los hijos, desencuentros en la pareja...), le suelo aconsejar (metafóricamente, claro) “perderse en el monte”: cualquier fin de semana y tras levantarse temprano, hay que meter en la mochila un buen bocadillo junto con suficiente bebida. A renglón seguido, hay que dirigirse sin vacilar “al monte” (= o al parque, o al propio cuarto, o a donde sea...), donde uno procurará “perderse” durante unas cuantas horas. Allí, en la soledad, en silencio, se enfrentará con sinceridad a las preguntas que ocupen o preocupen. Con un poco de suerte, mediante este procedimiento se conoce también a nuevos amigos, o se vuelven a encontrar viejos conocidos: principalmente, a nosotros mismos, directamente, sin caretas.

 Es preciso “perderse”, para poder encontrarse, incluso para llegar a conocerse realmente por primera vez. Sin prisas, sin plazos, sin condiciones, con el ánimo claro, con la inocencia de un niño,  con el peso de la existencia a cuestas, hay que adentrarse en las montañas,  en los bosques donde se  escucha respirar  el  silencio,  donde la vida  nos acaricia  al penetrar en esos rincones dolorosos y doloridos. Hay que contemplar la vida cara a cara. Es la hora de las preguntas. Es la hora de la verdad. Es la hora de afrontar nuestra realidad, de reconocernos a nosotros mismos, de aceptar unas cosas, de cambiar otras, de tomar decisiones, de no ir al pairo por la vida, sino en alguna dirección (y el que no quiera ir a ninguna parte, que sea porque así lo ha decidido).

Lo cierto es que  desarrollarse plenamente como ser humano es incompatible con la alienación pura y dura, negadora de la reflexión, la profundidad, la quietud, la entereza, la sinceridad ante la vida y el mundo. Posiblemente, a pesar de todo, no se atisben grandes ni brillantes respuestas (está por ver que existan como tales). No hay que olvidar que quien asegura estar en posesión de grandes verdades monolíticas puede estar basando sus presuntas certezas sobre cimientos bastante inseguros e inciertos, y es que a veces una seguridad a ultranza oculta un mundo poblado de incertidumbres inconfesadas. Por el contrario, quien no teme perderse y caminar por la vida,  quien no  ha renunciado a  sondear en lo profundo de la realidad, sin paliativos, se sabe poseedor de pocas certezas y verdades,  pero sí de sí mismo y del gozo de vivir intensa e ilusionadamente. 

Quien día a día, “perdido en el monte”, se esfuerza por atisbar con su mirada los horizontes, lejanos y borrosos, de la vida se sabrá también solo. Sin embargo, lejos de temer la soledad,  la aceptará como una forma privilegiada de mantener nítida e intensamente la dimensión humana del mundo.

2 comentarios:

  1. Hola Antonio, genial Post, ¿es de tu autoria? Permíteme replicarla en mi blog por favor

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    1. Es de mi autoría, sí. Puedes hacer con este post lo que gustes. Saludos cordiales

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