Martes de la 41ª
semana, iniciado ya el décimo mes, en el portal de la Consejera de Educación,
Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón.
Hoy un nutrido número
de personas simpatizantes en el portal: Luis (buen y gran periodista), Marisol, Carolina, Marga, Juan y
Jonathan.
El perroflauta ha
estado conversando largo y tendido también con Ramón, luchador en mil causas
justas y limpias desde Puente la Reina.
Ayer recibimos la
visita en el portal de una profesora de Instituto en una localidad manchega. El
alumnado del centro era “marginal” (y marginado, digo yo…, inmigrantes sin
noción de castellano, gitanos, gente joven sin socializar…) y nos contaba que,
como era imposible enseñarles, en la evaluación casi tod@s obtenían 0, 0, 0, 0,
0… en las asignaturas. Incluso contaba que, en casos de absentismo escolar,
llevaban algunos casos a tribunales. “¡Qué horror!, ¡qué pena!”, comenté, ya
solos, a Marisol, “¿esto es lo único que pueden y deben decir unos docentes de
la Pública a toda esa gente?”.
Leí en el libro de
David y Judith Goldstein “La conferencia
perdida de Feynman” (Tusquets, Barcelona,1999, 54-55) la siguiente anécdota
de este físico genial y Premio Nobel de Física en 1965:
"Feynman fue un profesor realmente grande. Se
enorgullecía de saber explicar a los principiantes incluso las ideas más
profundas. En cierta ocasión le dije: ‘Dick, explícame por qué las partículas
de espín 1/2 obedecen la estadística de Fermi-Dirac, para que yo me entere’.
Como conocía la valía de su audiencia, respondió: ‘Prepararé una clase de
primero sobre el tema’. Pero al cabo de unos días se me acercó y me dijo: ‘No
puedo. No puedo reducirlo al nivel de los estudiantes de primero. Lo que
significa que en realidad no lo entiendo’”.
Asocio a este gran
físico con un sencillo profesor de Instituto, Juan de Mairena, que, como
Feynman, hacía algo parecido:
“Juan de Mairena hacía advertencias demasiado elementales a sus
alumnos. No olvidemos que éstos eran muy jóvenes, casi niños, apenas
bachilleres; que Mairena colocaba en el primer banco de su clase a los más
torpes, y que casi siempre se dirigía a ellos”.
En esta línea, aludiendo indirectamente a
la ley de la entropía, Mairena y su creador Antonio Machado (¿o soy yo quien está creando a este Mairena?
¿O es este Mairena el que me está creando a mí?) remachaban esa idea:
"Juan
de Mairena se preguntó alguna vez si la difusión de la cultura había de ser
necesariamente una degradación, y, a última hora, una disipación de la cultura;
es decir, si el célebre principio de Carnot tendría una aplicación exacta a la
energía humana que produce la cultura. El afirmarlo le parecía temerario. De
todos modos -pensaba él-, nada parece que deba aconsejarnos la defensa de la
cultura como privilegio de casta, considerarla como un depósito de energía
cerrado y olvidar que, a fin de cuentas, lo propio de toda energía es
difundirse y que, en el peor caso, la entropía o nirvana cultural tendríamos
que aceptarlo por inevitable (…). Digo esto para que no os acongojéis demasiado
porque las masas, los pobres desheredados de la cultura tengan la usuraria
ambición de educarse y la insolencia de procurar los medios para
conseguirlo".
El perroflauta trató de expresar esas mismas ideas y
objetivos en un artículo (Consideraciones
impertinentes sobre educación),
incluido después en su libro “Sonrisas y
lágrimas (con algún que otro bostezo) en la escuela”. Estas son los aforismos iniciales del artículo, tantas veces comentadas con Bego:
1.
Saber, en esencia, es saber pensar, y no
simplemente saber cosas o datos.
2.
Pensar es siempre una acción personal
(“personal” no equivale a “individual” ni a “aislada”), que emerge desde el
interior de cada uno.
3.
Se aprende a pensar o no se aprende nada.
4.
Se enseña a pensar o no se enseña nada.
5.
Para aprender algo hay que entenderlo
previamente.
6.
Para entender algo, hay que atender
previamente a ese algo.
7.
No se atiende realmente si no hay interés
por ese algo, si no resulta interesante.
8.
Poco o nada es interesante, si no tiene su
origen y a la vez no desemboca en el gusto, en el placer, en el disfrute.
9.
En la cultura judeo-cristiana-occidental
han tratado de inculcarnos el valor del sacrificio (asociado con el displacer).
Y, en cambio, no han sido vistos con buenos ojos los planteamientos que sitúan
el principio del placer (vg. Epicuro o Freud) en el ámbito de las motivaciones
humanas básicas.
10.
El placer de saber puede llegar a ser a
veces íntimo amigo del esfuerzo.
11.
El placer de saber puede anhelar a veces lo
difícil y lo costoso, en lugar de los caminos trillados y los horizontes
planos.
12.
El placer de saber también se enseña.
13.
Si no se enseña el placer de saber y si no
se enseña con placer, la actividad de la enseñanza es un acto baldío, un acto
“in vacuo”.
Mañana es festivo en Zaragoza. Obligaciones familiares no permitirán al
perroflauta motorizado acudir al portal (¡Lo siento, Mª Dolores!).
Hasta el próximo día
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