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semanas. Inicio del 11º mes en el portal de la Consejera de Educación,
Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón, Dolores Serrat Moré.
(Así
habló Zaratustra, Amanecer o la salida del sol)
Ana
ha aprovechado que hoy libraba de su trabajo para estar con el perroflauta
motorizado en el portal.
Gabriel
(el “limpia”, el “lustra” antaño del Coso zaragozano) ha pasado después por el
portal. Un buen rato de conversación y cháchara con Gabriel.
Es
difícil que alguien se crea que a los pocos minutos de llegar al portal de la
Consejera de Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón,
Dolores Serrat Moré, un rugido salido de las entrañas de la calle Alfonso llegó
allí: era un león, que se acercó tanto a la silla motorizada del
perroflauta que este incluso pudo
percibir la humedad de su hocico y su áspera lengua sobre la mejilla. Es tan
difícil de creer que no pienso insistir más en la descarnada veracidad de los
hechos.
Como
entre las numerosas medicinas que ingiero cada mañana no hay ningún producto
alucinógeno, supe de inmediato que aquel león tenía un importante mensaje para
mí. “No es para ti ese mensaje,
perroflauta motorizado”, atajó el león, “solo quiero contarte lo que no me deja descansar bien desde que nací”.
Y
el león dijo a continuación: “Un león no
es un león si sólo tiene la miserable libertad para comer, dormir y copular por
instinto. Vosotros, los humanos, sois tan simples que pretendéis compendiar de
este pobre modo mi existencia. Por el contrario, yo soy libre para cazar y
escoger mi propia presa; para buscar y encontrar a mi propia compañera; para
luchar por mi propio territorio y defenderlo; y para morir donde nací: en la
naturaleza. Debería tener los mismos derechos que vosotros, ¿no te parece,
perroflauta motorizado?”.
“Sí, claro que sí”, respondió el
perroflauta motorizado, algo aturdido y sin saber realmente a qué estaba
asintiendo, “¿quieres decir que desconocemos
lo que eres?”. “Sí”, confirmó el león, “creéis
ser los reyes de la creación y los dueños de la naturaleza, cuando ni hay
creación y ni respetáis la naturaleza donde todos existimos”.
A
todo esto, una multitud de perros, gatos, hormigas, gorriones, asnos,
saltamontes, cucarachas, elefantes, cocodrilos, serpientes de cascabel,
marmotas y tortugas terrestres se fue arremolinando alrededor del león y del
perroflauta motorizado. Entonces, el león, transformado en el anciano Zaratustra bajado de las montañas, volvió a tomar la palabra:
“Desoíd al dragón que ansía dejar vuestra
vida tras los límites del ‘TÚ DEBES’. Os habéis acostumbrado a escuchar que la
única felicidad posible es la del dromedario que carga con todo lo que le echen
hasta la extenuación. Os han cargado de obligaciones y deberes, pero yo tengo
ahora algo importante que deciros. Conducid vuestra vida bajo la luz de la
estrella más fulgurante del cosmos, cuyo nombre es ‘YO QUIERO’. Fagocitad todos
los ‘tú debes’ de la vida y proclamad el Yo Quiero sobre todas las cosas. Cread
vida cada día de vuestra vida. Cread libertad para un nuevo crear. En otro
tiempo, vuestro espíritu amó el
‘TÚ DEBES’ como algo venerable e intocable: ahora tenéis que encontrar a cada paso la voluntad
inalienable del crear libertad, de la vida asentada en el ‘YO QUIERO’. Tened
paciencia solo para el gran advenimiento, para la gran conversión, pues todos
hemos de transformarnos en niños para osar iniciar el juego de la verdadera
libertad. Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una
rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir SÍ, un SÍ
QUIERO emprender el juego del crear libertad sin otro límite que la libertad
que ama la libertad del otro, de jugar a crear con la única regla de la osadía
y del atrevimiento”.
“Hola, perroflauta motorizado”, saludaron una niña y un niño al perroflauta motorizado.
Todo había desaparecido: animales, ladridos, balidos e incluso el rugido del león
que hasta poco antes había resonado como un trueno entre los casas de la calle
Alfonso I de Zaragoza.
En la calle no había nadie más:
solo esos dos niños que miraban fijamente, sonriendo, al perroflauta motorizado.
Aquí está la última (La canción
del noctámbulo) de las nueve secciones en que se divide “Así habló Zaratustra”,
de Richard Strauss. Si cierras los ojos mientras la escuchas, notarás cómo se
van desprendiendo de ti todos los “tú debes” y un niño o una niña susurra en tu oído: “yo
quiero, yo quiero, yo quiero..”.
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