Marisol, Marga y el perroflauta
motorizado han recibido la grata visita de Rubén, Dolo y Virgilio, que nos han
hablado del interesante proyecto expuesto en http://educatribu.net,
que apoyaremos activamente.
Posteriormente, han estado en el portal Jesús y
Víctor, con gran alegría del perroflauta motorizado.
Marisol y Marga han aprovechado el
sol primaveral que había frente al portal para calentarse un poquito.
Pero aún somos poc@s….
Sí, aún somos poc@s en el portal. Lo
piensan casi tod@s: ¿es que no os dais cuenta de que casi siempre sois l@s
mism@s? ¿es que no os percatáis de que mucha gente pasa delante de vosotr@s con
indiferencia y las “izquierdas” ciudadanas,
sindicales y de la enseñanza aún no no han didcho esta boca es mía?
Quienes así suelen preguntarnos
(poc@s explícitamente, casi tod@s con una cierta conmiseración tácita) lo hacen
desde las mecedoras de sus casas, de sus bares, de sus reuniones de amig@s, de
sus móviles. Entretanto, allí, cada mañana, en el portal de la Consejera,
tenemos la certeza de estar haciendo y siendo lo que debemos y queremos. Por
eso nos sentimos contentos y agradecidos por las personas que se acercan, toman
un cartel, o animan y charlan un ratito.
Leí hace un montón de años en una
nota recóndita encontrada en Masson, Cuando
lloran los elefantes, IV, 120D, el
caso contado por Chadwick de un elefante en cautividad que solía dejar en un
rincón un poco de grano para que se alimentara un ratón que cada día acudía hasta
allí en busca de la comida que bondadosamente le suministraba el elefante. Al
cabo de un tiempo, escribí también un artículo sobre esta anécdota en El
Periódico de Aragón.
A no ser que uno se refugie en la incredulidad
ante este caso observado y relatado por Chadwick, el hecho asombra y conmueve:
un animal gigantesco tiene cada día en cuenta a un minúsculo roedor para
compartir con él un poco de su comida; un elefante deja de ser un enorme
estómago con trompa para convertirse en un ser vivo con emociones y
sentimientos. Independientemente del grado de veracidad que queramos otorgar al
caso, pensándolo bien, todos nos podríamos identificar de algún modo con ese
elefante o con ese ratón, según las situaciones y los momentos concretos por
los que vamos pasando.
Tendemos con frecuencia a encasillar
en demasía (“antropomorfizar”, lo denominan los especialistas) lo que nos
rodea, dejando de lado lo más importante. Ciertamente, un ratón es un pequeño
mamífero del orden de los roedores o un dispositivo electrónico que controla el
movimiento del cursor en la pantalla del monitor, pero también y sobre todo un
ser vivo que a su modo cuenta las horas que quedan para que su amigo elefante
le deje en un rincón el grano de cada día. Igualmente, el elefante es un paquidermo
de grandes dimensiones que tiene una gran trompa o probóscide, pero también y
sobre todo un ser vivo que cuida con sumo esmero a la cría que acaba de parir e
incluso también a un ratoncillo que visita diariamente su jaula.
Corremos el riesgo también de
intelectualizar en demasía la vida misma. Decimos, por ejemplo, que el elefante
se aparea porque así coopera a la prolongación de su especie, pero obviamos que
lo hace también y sobre todo porque seguramente se ha enamorado (a su modo y
con los matices que se quiera, pero se ha enamorado). El ratón desconoce las
delicadezas de la nouvelle couisine, pero a su modo
cierra sus ojos por el placer que le ocasiona el grano que está comiendo en su
rincón.
A menudo creemos que la vida es una
carrera de fondo en la que hay que conseguir metas volantes y trofeos. Vamos
echando así la vista atrás y hacemos recuento de los títulos académicos,
ascensos, logros, bienes o posesiones obtenidos (de ahí también que a veces pueda parecernos que tenemos las
manos y la vida vacías), sin reparar en lo que realmente merece la pena: la
existencia o no en nuestra vida de algún elefante que nos reserve un rincón
para compartir, de algún ratón que esté aguardando cada día que lo tengamos en
cuenta. Más que carreras de fondo y metas con trofeos, la vida consiste en
constantes instantes valiosos en los que siempre hay rincones capaces de proporcionar abrigo y
bienestar a cuantos allí acuden.
Mi amiga Bea me hizo el otro día una
entrevista para una revista, que incluía una sección de preguntas y respuestas
cortas de carácter más personal. Mi respuesta a la pregunta “¿Qué valoras en los demás?” fue “Que me quieran y que se dejen querer”.
En el fondo, compartir y repartir granos en un rincón de la jaula y del campo
abierto.
Hace años, yo estaba, muy grave, en
un hospital, y una alumna me escribía: “sentimos que nos falta una parte de
nuestro corazón, y esa es usted”. Aun a riesgo de que esas palabras puedan
parecer demasiado sentimentales o tópicas, confirmé al leer aquella pequeña
carta que, por encima de que quizá un@s alumn@s desconozcan las diferencias
entre procariontes y eucariontes, o las leyes específicas de la Gestalt, o la
analítica transcendental de Kant, tod@s formamos parte, juntos, del maravilloso
mundo de los elefantes y los ratones de Chadwick. Así, he tenido la buena y
gran suerte de poder dormir ya aquella noche y todas las noches de mi vida con
la certeza de ser un ratón afortunado al contar con muchos rincones donde
depositar y encontrar el grano de cada día.
A última hora ha llegado al portal
Wes Montgomery, que ha tocado “Polka Dots and Moonbeams”, lenta y bella, para
que el elefante y el ratón (este subido sobre la trompa de su compañero)
bailasen, muy sonrientes, ante el portal de la Consejera aragonesa de
Educación. El corazón de quienes allí estábamos latía al ritmo de su baile.
Hasta mañana
"Al final del camino, me preguntarán ¿has vivido?,
ResponderEliminar¿has amado?...
Y yo, sin decir nada, abriré
mi corazón lleno de nombres"
(Pere Casaldáliga)
Tu corazón, amigo Antonio, está y estará siempre lleno de nombres y, entre ellos, el mío.