Ave a todas y todos los
lectores de DMD.
Yo, Tito Lucrecio Caro, poeta y
pensador romano, nacido hace unos 2.100 años antes de vuestro tiempo, tengo hoy
el placer de escribir esta carta para la revista DMD, y así poder invitaros a
pensar que si nada habéis sido durante tantos millones de años hasta el día de
vuestro nacimiento y todos esos siglos infinitos nada son para vosotros, de
igual forma serán los millones de años que sucederán después de vuestro final. Sigo
a mis maestros Demócrito y Epicuro, y por eso afirmo ahora que sois un episodio
más dentro del universo donde unos átomos y unas moléculas se unieron en una
determinada disposición para haceros nacer y vivir, hasta que el profundo sueño
que precedió a vuestra existencia vuelva a disipar vuestro yo en el silencio.
¿A qué viene preocuparse entonces por el tiempo en que ya no estaremos entre
los vivos? ¿Es que acaso os preocupa el tiempo que precedió a vuestro
nacimiento?
Os invito a que salgáis de los límites de vuestro
caparazón y observéis las desdichas y la ignorancia de muchos seres humanos que
os acompañan en la Tierra. Intentad con calma y deleite mejorar aunque solo sea
un poco vuestro entorno. Yo os hablo desde mi pobre verdad personal libada día
a día en los escombros de mi Roma y del mundo, con la esperanza de que se haga
semilla capaz de que otro mundo mejor sea posible y real.
Libraos del miedo al más allá, invento de eunucos al
servicio de dioses inventados por su delirio. La naturaleza del mundo (así se
titula también mi obra más conocida: “De rerum natura”) es generosa a la hora
de regalar vida a quienes nacen y con esa misma naturalidad priva a otros de la
vida para donarla a las siguientes generaciones. Desapareceréis como tales,
pero vuestro materia orgánica contribuirá a seguir formando rocas, árboles,
nubes y animales. El mundo funciona sin dioses, y los vivientes deben liberarse
del sentimiento de culpa y de inseguridad. Vivid con plenitud. Morid con la
misma sonrisa con la que el escultor contempla su obra acabada. Libraos de los
miedos que os privan de recorrer con quietud y placer el tramo de camino de
vida que os corresponde.
Abrazaos con ardor y cariñoso placer
a Venus, al amor, aunque también vaya acompañado de reveses y sufrimientos,
aunque nunca quede saciado plenamente. Abrazaos al amor sin que por ello
restéis ciegos y pesarosos en el desamor o cautivos del deseo insaciable.
Imaginad el mayor de los cataclismos
o que la tierra se mezclara con el mar y el mar con el cielo. Al llegar el
final, nada sentiréis, al igual que nada sentisteis antes de nacer, por la
sencilla razón de que nada erais. De igual forma, nada seremos después de la
vida. ¿A qué viene entonces tanta conmoción y angustia de algunos? Nada, pues,
debe ser temido por nosotros en la muerte, ya que no puede volverse desdichado
el que no existe.
Así́ que, cuando veas a una persona
irritarse consigo misma porque después de la muerte tendrá́ que pudrirse con su
cuerpo enterrado, o bien porque será́ destruido por las llamas o por las fauces
de las fieras, puedes saber que eso suena falso y que subyace bajo su corazón
un oculto aguijón, al creer que existirá́ para él alguna sensación después de
la muerte: concibe falsamente la vida como eterna y supone que algo de su ser
continuará viviendo.
¿Por qué no te retiras de la vida
con naturalidad, como un invitado saciado de vida? Sabes que tú has llegado a
la existencia porque de unas cosas se vuelvan a crear otras y se precisa de
materia para que crezcan las generaciones venideras, que también te seguirán
después de haber agotado su vida. Vivimos en usufructo, así que vive bien
mientras vivas.
El ser humano, tiene la necesidad de una sola cosa:
ausencia de dolor en el cuerpo, presencia del placer en el espíritu. De hecho
es sabio quien comprende que en eso consiste precisamente la felicidad: la
serenidad y la quietud en el placer. No se trata de un placer desenfrenado y
frenético, sino del proveniente de la eliminación del dolor, la serenidad del
ánimo y la dicha interior libre de vaivenes. Vive bien, como también yo he
procurado vivir bien en mi amada Roma, buscando y solazándome en el placer que es
principio y fin de la vida feliz.
Desea sin fin, pero sin ser jamás esclavo de tus deseos.
Sé siempre dueño de ti mismo, de tu vida y de tu muerte. En tu interior
encontrarás la clave de ese dominio, la autonomía tranquila y serena que
necesitas para tu auténtica felicidad. Libérate del miedo a los dioses y de la
turbación ante la muerte. Abre tus brazos, abraza a Venus, al amor, motor
universal de todos los seres vivos. Sé coherente con lo que quieres y deseas, y
conseguirás una visión armoniosa de la vida, la tranquila satisfacción de
cuanto razonablemente anhelas.
Por último, no desistas nunca en la búsqueda de tu
libertad, pues sin ella jamás podrás ser feliz y en ella reconocerás el bien
supremo, el camino hacia tu plena humanidad.
¡Salud!
Hola Antonio. Cogí vacaciones el día 14 para devolver la exposición: Memoria, exilio y deportación, que tenéis en el IES de Zaragoza "Medina Albaida" realizado por el grupo Henek.
ResponderEliminarMe iba a quedar para acompañarte un rato y saludarte,pero como eran las 9 de la mañana decidí subirme para seguir haciendo cosas pendientes.
Bueno el saludo te lo mando igual, y quiero que sientas que todos los días estoy un rato cotigo en el portal. Es el rato que empleo en ver como te ha ido ese día con lo que cuentas en la Web.
Por último, con tu permiso, me quedo con el escrito de Tito Lucrecio Caro, para emplearlo en alguna ceremonia de funeral en la que nos pidan intervenir. Algo parecido nos gustaría oir en nuestro funeral, aunque lo tengan que oir los demás, pero sería nuestra reflexión para los que se quedan. Menos miedo y más entega.
Un abrazo: Federico