martes, 8 de abril de 2014

Diario de un perroflauta motorizado, 222


Primera parte de la jornada de soledad fecunda y luminosa. Hoy asistiré en el Auditorio de Zaragoza al Concierto de la Symphonieorchester des bayerischen Rundfunks bajo la dirección de Gustavo Duhamel, que interpretará la 6ª Sinfonía de Beethoven y la Consagración de la Primavera de Stravinski. Mi hermana Alicia, Marisol y mi hija Begoña (fue mi regalo de cumpleaños para ella) asistirán al Concierto. Me siento muy feliz.

La segunda parte de la jornada ha sido también luminosa y hermosa con Rafa, al que suelo ver cada mañana en el portal (fotografías hechas por su mamá)

y también con Marga y Julio.

Ayer fue bastante comentado lo que escribí sobre la escritura de la autobiografía propia y ajena. Abundando sobre el asunto creemos que llegan los años decisivos solo cuando podemos decidir y pensar ya por nuestra cuenta. En parte es así, pero también y sobre todo es cierto que los años más decisivos en el troquelado de nuestra biografía son los primeros, aquéllos en los que abrimos lentamente los ojos al mundo, aquéllos en los que nos suponen no llegados al uso de razón, aquéllos en los que la huella de los seres más cercanos y del entorno más próximo se hace indeleble (hay quienes creen que un niño, si no razona, si no razona “bien”, es medio “zoquete”).

Podemos modificar muchas facetas de nuestro yo, de nuestra personalidad. Facetas importantes, pero hasta cierto punto, si lo pensamos bien, periféricas. En nosotros hay un yo nuclear, el más profundo, el primario, que no se borra, que permanece otorgándonos la identidad primaria. En buena medida, ese yo nuclear se troquela en los primeros cinco o seis años de existencia.
¡Ay, si fuéramos conscientes de la importancia del período entre los 0 y los 6 años! ¡Ay, si fuéramos conscientes de la importancia de cada instante desde que venimos a la vida!

Somos también como un iceberg: lo que mostramos, lo que contemplamos, pensamos y queremos  de nosotros mismos es minúsculo si lo comparamos con nuestro yo integral. En este yo han ido acumulándose todos los recuerdos, sensaciones, vivencias, conceptos y preconceptos, juicios y prejuicios, triunfos y derrotas, premios y castigos que no recordamos, de los que no somos conscientes ya de haber vivido y sido.
Creemos que lo primero que se aprende en la escuela es a pintar, a jugar, a escribir, a contar, a leer, a vivir períodos de la jornada fuera del entorno familiar. Y eso es verdad, pero en la escuela escribimos también una parte importante de esa primera biografía, trazamos unas pinceladas decisivas de nuestra personalidad más nuclear.

Sí, hay quienes nos suponen medio inválidos (=no válidos) que no se enteran de nada por no haber cumplido aún los siete años (el mítico “uso de razón”), aunque en nuestro interior esté trazándose con enorme energía nuestra personalidad, nuestra sensibilidad, nuestra inteligencia, nuestra mirada.
Aurtxoa Seaskan es quizá la canción de cuna más bella que existe. Su tierna melodía te atraviesa, y una vez que la has escuchado te embruja para siempre. Queda dedicada hoy aquí a todos los niños y niñas del mundo de 0 a 99 años.

Hasta mañana

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