jueves, 3 de abril de 2014

Diario de un perroflauta motorizado, 218


Día lluvioso. Marisol, Marga y el perroflauta motorizado han tenido el placer a lo largo de la mañana de estar en el portal de la vivienda de la Consejera aragonesa de Educación con Fanny, Carlos, otro hombre entrañable que ha recitado allí un poema de Neruda y, sobre todo, un grupo de alumnas y alumnos del colegio público “San Roque”, de María de Huerva (Zaragoza), con unas estupendas profesoras capaces de inculcar en su alumnado el sentimiento de solidaridad y de compromiso con la escuela pública. ¡Gracias!






Mairena está preocupado. “Rouco no habría dicho esas idioteces fascistoides sobre la guerra civil si se hubiera celebrado un funeral laico (¿somos un Estado aconfesional?) en lugar de uno confesional en una catedral católica”, dice, nada más llegar al portal. El perroflauta motorizado no responde. Comprende lo que bulle dentro de Mairena en esos instantes. Por eso no abre la boca, solo respira hondo en un afán de conseguir oxígeno para seguir allí firme y entero.
No solía meter en clase cuestiones tan cotidianas, pero esto ya no pertenece a lo cotidiano, sino a lo humano”, continúa Juan de Mairena. “En realidad, lo cotidiano lleva de la mano a lo esencial, si se le mira directamente a los ojos a lo cotidiano. Estamos abotargados de no pensar, de tanto miedo, de tanta supremacía de lo canijo y de tanta indiferencia, pero algún día nos hemos de preguntar si lo que acostumbramos hacer diariamente como individuos y como sociedad es un simple hecho crudo y neto que no requiere la menor justificación ética, o si por el contrario, se sustenta en principios y valores éticos”.  Al perroflauta motorizado se le entrecorta la respiración y el pulso se le acelera porque intuye que Mairena está abriendo la puerta que introduce en la cuestión fundamental, ante la que ya no cabe escapatoria. El perroflauta motorizado escucha, solo escucha, las palabras de Mairena:
“¿Se vive de hecho o de derecho? He aquí la cuestión. Comprenderás, Antonio, que es éste el problema ético por excelencia, viejo como el mundo, pero que siempre nos hemos de plantear agudamente. Porque sólo después de resolverlo podremos pensar en una ética, es decir, en un conjunto de valores y principios de ser y de acción para la conducta humana que obliguen o persuadan a todas y todos”.
El perroflauta motorizado recuerda que Dostoievski dejó escrito que “si dios no existe, todo está permitido” y que Sartre (como también Spinoza y Leibniz) tiene esa misma frase en algunas de sus obras. Dostoievski presupone que el origen de las normas morales es la divinidad y que la fuente de las obligaciones éticas es exterior al ser humano. Sin embargo, ese es un argumento tramposo: externaliza en otro supuesto ser lo que realmente es y constituye como humano al ser humano.  Mairena tiene razón: la ética es fruto de un dilema: o nacer, vivir y morir son hechos simples y netos, sujetos a la ley del más fuerte y a la mejor adaptación de cada individuo a los avatares de la naturaleza, o decidimos como individuos y como especie que el nacer, vivir y morir están esencialmente conectados a los derechos humanos fundamentales que nos constituyen como humanos. Fuera de la ética, la humanidad desaparece, pues no tenemos moral, sino que somos moral. No tenemos derechos, sino que somos esos derechos.
Una bellísima melodía puede ayudar a dedicar un rato a estos pensamientos (tercer movimiento de la octava Sinfonía de Brückner):


Hasta mañana

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